Y Hughes volvió a escribir en la “La Gaceta de la Iberoesfera” tras dos semanas desaparecido después de que sus tres últimos artículos, donde defendía su honor frente a calumnias del bando sionista, fueran borrados de un plumazo de la web de dicho periódico digital.
Y volvió como si nada, en una puesta al día del “decíamos ayer” de Fray Luis de León. Y nadie ha parecido percatarse de esta arista de la cuestión. LA cuestión, señoras y señores deplorables. La cuestión que es, ni más menos, la cruda y desvergonzada censura que padecemos en el mundo del “Orden Liberal” y que está viviendo su Siglo de Oro desde 2020, traída en alas de un virus y sus secuelas en forma de hambre y guerras y lo que te rondaré, morena.
Volvió Hughes tras dos semanas de espeso, espesísimo silencio por parte de su empresa. Ni una palabra, ni un comunicado, ni una declaración. Una nada de ésas ensordecedoras, de ésas que gritan a los cuatro vientos que algo muy gordo sucede pero que nadie se atreve a señalar.
El Rey va desnudo, el Rey está en pelota mayestática, el Elefante en la habitación adquiere dimensiones jurásicas pero nadie vió nada. “Era muy buen vecino, siempre saludaba en el ascensor”. Y la vida sigue su curso, sus parsimonias y cadencias, circulen, circulen, no hay nada que ver.
Aquí paz y después, ¿qué? ¿Qué? ¿La gloria de la aceptación, de la cancelación caprichosa y capciosa, del envilecimiento, del penoso exilio interior? ¿Cómo escribir de verdad, libremente, después de lo sucedido? La respuesta es que ya no es posible. Sabemos que a la menor desviación, al menor disenso del Disenso, toquecito de correa y a mear donde diga el amo. Aquí puedes levantar la patita, aquí sí, peludo mío, aquí sí.
Porque otra valiosa lección que hemos aprendido del Hughesgate es que aquéllos a los que NO se puede criticar son los verdaderos amos del cotarro (presencial) y la corrala (digital): ahí tenéis, estupefactos deplorables, a Nuestros Señores, ésos que aparecen en el trasfondo de todas y cada una de las crónicas que hemos venido escribiendo desde hace ya un año.
El Dinero controla al mundo y quien tiene el dinero es quien lo controla. Casi ochenta años de ideas sólidamente grabadas en nuestras moldeables conciencias se vienen abajo como un cochambroso castillo de naipes. El mundo de 1945 es nuestro mundo de ayer, parafraseando a Zweig, y visto lo visto deberíamos alegrarnos de dejarlo atrás, en ese merecido ayer, porque empezamos a entender, no sin cierto espanto, la dimensión de las mentiras, la vastedad del engaño al que hemos sido sometidos. Caen caretas por doquier y no es fácil moverse en un mundo de verdades desenterradas de los cascotes de una guerra que ya no reconocemos en sus perfiles.
Empezamos a entender que la Ilíada de nuestra época no era nuestra Ilíada pero bajar a Homero de su pedestal es una temeridad que asusta y de ahí las feroces resistencias, la cruenta batalla entre la palabra y el silencio, entre un artículo y otro de Hughes.
Yo no puedo volver a leerlo igual, cosa que me entristece y enfurece. Algo sagrado se ha roto y lo que queda después deja un amargo regusto a polvo y cenizas. Nadie dijo nada, aquí no ha pasado nada y seguimos deslizando el dedo por el ratón en busca de nuevas emociones mas algo en nuestro interior sabe que nada volverá a ser lo mismo. Nos han robado la verdad de lo genuino, de lo auténtico y eso no lo podemos olvidar ni perdonar porque alguien debe señalar que la habitación apesta a un Rey que se pudre de viejo y de corrupto y que por mucho afeite y perfume que queramos esa atmósfera necesita que abramos la ventana, enterremos al Rey y ventilemos la casa por un buen tiempo.
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