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Darse de bruces contra la realidad












A raíz del episodio en el que un padre profundamente agraviado, diría incluso que criminalmente insultado, le hace una visita a cierto “cómico” (inciso lingüístico: cuando un cómico sigue sólo el discurso dominante que le gusta al poder se trata de hecho de un bufón de corte, los cuales solían tener la gracia en aquella parte. Fin del inciso) surge esta crónica desdentada y deplorable de nuestro mundo imposible, de nuestro mundo presa del delirio y la destrucción de los principios elementales que a duras penas encuentran resistencia y respuesta, lo que convierte a este episodio en cuestión en algo tristemente excepcional.


Si hemos llegado al punto en que cualquier baboso prendido a las faldas del poder dice las cosas más deleznables es porque se siente impune, en un grado de impunidad que a nosotros, masas de desdentados y deplorables, nos parece inalcanzable. Nosotros no podemos decir lo que pensamos libremente en los canales masivos y de largo alcance porque se nos echa encima el (sobre)peso de la “ley” y con ello la muerte civil y social, si no algo peor.


Se trata, de nuevo, de la pérfida ventana de Overton que, desde hace ya demasiado tiempo, se abre siempre en la misma dirección, es decir, en aquélla que desean Nuestros Señores y que claramente perjudica al hombre común y corriente. Ahora bien, debemos asumir nuestra parte de responsabilidad porque nosotros hemos dejado que Ellos empujaran dicha ventana sin ofrecer resistencia por aquello del “no será para tanto” o “no quiero meterme en líos”. Lo que sucede es que los “líos” le acaban buscando a uno, quiera o no. Lo que parecía, años ha, un inocente canto a la libertad y el amor ha acabado reptando cual serpiente al acecho de lo más sagrado en esta vida, que son los hijos, por lo cual vale la pena luchar y sacrificarse, que es lo que ha hecho ese padre cargado de razón y dignidad.


El revuelo armado alrededor de esta noticia procede de la excepcionalidad de la misma. Eso nos llama la atención e indica a la vez el triste estado de las cosas porque no deberíamos haber llegado a este punto de barbarie y podredumbre moral. Hace muchos años, cuando asomaba la patita el monstruo sonriente y bufonesco, deberíamos haberle parado en seco con el poder de la Ley (la de verdad y no los engendros liberaloides que se han propagado como la peste en recinto cerrado) y de la Palabra en los grandes medios, en la Academia, en la Política. Deberíamos haber presionado lo indecible para que un “discurso” así no tuviera lugar en nuestro mundo, el cual sería entonces un poco más “posible” y no el cenagal en el que chapoteamos hoy en día. Lo trágico, lo terrible de todo esto es que, por acción de unos y omisión de otros, nos encontramos en un momento en el que hay individuos que sostienen auténticas aberraciones, ya sea por servilismo o convicción, que harían vomitar de puro asco a cualquier persona sana y funcional y resulta que es ese “discurso” el que goza del favor Y la protección -esto último, factor determinante- del Poder para abrirse paso (la famosa Ventana) y corromper y pudrir así las mentes y corazones de tantos.


No podemos “normalizar” (cómo detesto esta palabra pero aquí viene al caso) el horror y la depravación bajo el disfraz de la “tolerancia” y lo “moderno” (otro inciso: un marcador definitivo de la decadencia de una época es la necesidad de entrecomillar aquellos conceptos, que son cada vez más, que han perdido su sustancia y significado) porque ésa es la senda que nos ha venido impuesta por Nuestros Señores y por ello es la que debemos combatir, aunque partamos con retraso y no de la mejor manera posible.


Lo más importante es que parece que, al fin, muchos que estaban dormidos despiertan (¿nos apropiamos del término “Woke”?, sería un gran golpe al Discurso Dominante…) y entienden la gravedad de la situación. Hemos de dar un Portazo a la Ventana y cerrarla para proteger la casa y el hogar de la pestilencia que pretende entrar y arrasarla. Algún bufón de corte se acaba de dar de bruces con la realidad y no hay mejor lección que ésa, queridos desdentados y deplorables.

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