top of page

La UE: la Segunda Unión Soviética













¿Quién dijo que la URSS cayó en 1991?, ¿acaso no existen los milagros y la posibilidad de la reencarnación? Queridos desdentados y deplorables, annuntio vobis gaudium magnum: habemus Unionem! Para que luego digan que no vivimos una época llena de asombro y maravillas y que todo es plano, gris y puramente material.


Los libros de historia certifican que la primera URSS se disolvió oficialmente el Día de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo del Año de Gracia de 1991 en una de esas piruetas geniales que nos regala la vieja dama Historia. Sin embargo, como diría un castizo “dura poco la alegría en casa del pobre” y, de esta forma, se fundó en la oscura ciudad de Maastricht la Unión Europea el 1 de noviembre de 1993.


Detengámonos por un instante, estimados lectores y pensemos que, por espacio de veintidós meses, poco más de año y medio, los europeos vivimos en un auténtico limbo de libertad, entre la caída de un gigante y la erección del próximo. Fueron unos meses que, vistos de la actual atalaya de 2024 parecen casi un sueño, algo irreal, un vislumbre de un mundo que pudo ser y no fue. Nuestros Señores, por supuesto, no iban a permitir que las masas (bio)degradables como nosotros pudiéramos disfrutar de una Europa en paz y prosperidad que, desde Lisboa a Vladivostok, conformara un eje euroasiático formidable frente a la por entonces aún lejana amenaza china y a la bota interpuesta -y ésta ya muy presente y real- del “amigo americano”. Por supuesto que no: oscuros hombrecillos y pérfidas mujerucas manejaban ya los hilos en despachos de planta noble en Londres, París, Berlín y Washington para parir ese monstruo milagroso y reencarnado que iba a ser la UE. Nacía así la que ya podemos llamar, sin temor a equivocarnos, la Segunda Unión Soviética. El 1 de noviembre de 2023 hemos “celebrado” por tanto su trigésimo aniversario. Esto, queridos deplorables, significa, en términos de vida humana, una generación entera. Una generación entera. Los menores de cuarenta años no han conocido otra cosa, con lo que ello conlleva de formación mental, o mejor dicho, deformación mental.


En el ya lejano 1993, en medio de la fanfarria por la caída del bloque soviético y ese optimismo (fundado y auténtico) que caracterizó a la última década del siglo XX, nada podía hacer sospechar al ciudadano medio europeo que una Sombra se cernía ya sobre sus cabezas pero así era. La siguiente piedra miliar en ese proceso se colocó el Día de Año Nuevo de 2002 con la introducción del € que selló los destinos económico-financieros de dicho proyecto metiéndonos a los europeos de la periferia no-alemana en una terrible ratonera de la que resulta muy difícil escapar, como vemos más de veinte años después y una crisis interminable que empezó en 2008 y no ha terminado, ni tiene visos de terminar pues es una crisis sistémica, estructural, de todo un modelo (el del capitalismo productivo vigesimónico) que ya fue.


Apuntada la Gran Crisis de 2008, que sirvió para atar más en corto a los países Europeos, llegamos al culmen de esta Nueva Sovietización con 2020 y el Covid. Un dato relevante es que la actual presidenta de la Comisión Europa, la voraz Von der Leyen, tomó posesión del cargo el 1 de diciembre de 2019 en un timing de lo más conveniente (y sospechoso) para lo que estaba a punto de desplegarse ante la mirada atónita de cada vez más personas.


Entramos de lleno en la UE  de la Edad Covidiana donde el proceso de control y dominio sobre todos los aspectos de la vida se ha acelerado de manera vertiginosa con “leyes” aberrantes como la de la “restauración de la naturaleza” o la puesta en marcha de los CBDC, por no dejar de lado aparentes nimiedades como los tapones no despegables o el seguimiento de las flatulencias vacunas, todo ello encaminado a erigir un totalitarismo cuqui y modelno apto para paladares delicados y deditos enhiestos. “Con un poco de azúcar…” cantaba risueña Mary Poppins a los niños. Y en ese escenario estamos.


Ese amaneramiento bruselense, ese vahído de señorona con las sales, ese estiramiento de chaleco y bombín es el que hace de la Segunda URSS algo tan peligroso: como un gas venenoso, no se ve pero está ahí, y es letal.


Sólo cabe esperar que nuestro 1991 llegue lo antes posible en una estruendosa Navidad que derribe a este ídolo maléfico de una vez por todas.

Comentarios


bottom of page