La semana pasada pude leer -e imagino que también algunos de ustedes, mis queridos deplorables- un artículo en el que uno de nuestros egregios “periodistas” o “analistas” (vayan a saber) alababa la subida del IVA a las bebidas azucaradas porque eso había redundado en un descenso de su consumo entre las clases más humildes.
Y eso era “algo bueno” porque la salud de esas pobres gentes salía claramente beneficiada por dicha medida fiscal.
¿Qué decir al respecto?, ¿por dónde empezar? Reconozco, estimados lectores, que me quedé estupefacto. Durante unos minutos mi cabeza era incapaz de procesar lo que acababa de leer, por las profundas y perversas, muy perversas, implicaciones que se podían extraer. Que se pueden Y deben extraer una lectura tal. No podemos permanecer en silencio cuando desde una tribuna pública se evacuan semejantes barbaridades que atentan contra la Verdad, una verdad que tiene en los más desfavorecidos, para más inri, a sus protagonistas.
A estas alturas del blog ya habrán entendido que lo vertido en dicho análisis era un ataque directo hacia los desdentados y deplorables de nuestra sociedad, un ataque aún más repugnante porque se ocultaba bajo ese viscoso manto de moralina postmoderna que es el fluido corporal del Nuevo Orden que he dado en re-calificar de Desorden Psiquiátrico. Una moralina abyecta, envuelta en capas y capas de altos argumentos que no puede ocultar -al ojo avizorado- el putrefacto corazón que anida en su origen y que es nuestro deber desenmascarar (nos ha tocado vivir en la Edad de la Mascarilla, nauseabunda y ajustadísima metáfora de todo el desastre).
Detecto tres estratos en el análisis de las bebidas azucaradas. Como los arqueólogos vamos a ir descendiendo, pica y pincel en mano, hasta llegar al fondo de la cuestión. En la capa más superficial, aquélla a ras de suelo y que es la que el redactor del texto quiere que creamos, hallamos una honda preocupación por la salud de las personas, en especial de aquellas con menores recursos, que son las que se han visto más afectadas por la subida del IVA a dichos productos. La salud en estos tiempos covidianos de terror a la enfermedad y a la muerte es un anzuelo suculento ante el cual muchos caerán obnubilados. TODO es por nuestra “salud”. Si bajamos unos centímetros más descubrimos que esa “salud” es otra de las cabezas de esa hidra furiosa que ahora ocultan bajo el nombre de “ecologismo”. Salud, fitness, hábitos saludables, sostenibilidad, alimentación equilibrada, ejercicio, energías renovables, huellas de carbono… ¿acaso no detectan el hilo que anuda a todos estos idolillos al Mal existencial de nuestra época, que es el Ecologismo (con mayúsculas) como escribo en mi cuenta de Twitter desde hace casi tres años? La pica y el pincel prosiguen su trabajo, seguimos excavando en este rico yacimiento de ideas y conceptos y llegamos al nivel que nos habla de la falsedad del planteamiento y de la furia ideológica que trae consigo. Los que han escrito y los que han alabado este informe no tienen el menor interés en el bienestar -o la ausencia de éste- de los ciudadanos. Todo viene espoleado por viejos odios ideológicos que se encuadran en la dicotomía izquierda vs. derecha. La lectura del mundo viene condicionada, única y exclusivamente, por quién está en el poder. Si son los “míos”, todo está bien. Si son los “otros”, todo está mal. ¿Ridículo, infantil, estúpido? Sí. Pero algo mucho peor: peligroso. Peligroso porque destruye corazones y cabezas, como el artículo que analizamos pone de manifiesto. Se pierde toda noción de humanidad, de simpatía -en el sentido etimológico primordial de la palabra- y eso conduce a un alejamiento, a un pavoroso extrañamiento de la misma condición humana que pone míseros intereses partidistas por encima de cualquier otra cosa.
En nuestro descenso arqueológico tocamos, finalmente, piedra. Porque en el subsuelo de todo este entramado de capas y capas lo que subyace es un profundísimo desprecio, un asco apenas disimulado hacia los pobres que son vistos como unos meros palurdos que no saben siquiera alimentarse un poco bien. Somos nosotros, los desdentados y deplorables, el objetivo final de su ira. No lo olviden, porque de lo contrario se pierden el significado real de esta visión carente de la menor piedad.
Desde su atalaya cada vez más versallesca nos gritan que no comamos ni pan ni pasteles ni bebamos refrescos.
Que es por nuestra salud, a ver si perdemos esos repugnantes kilos de más, por favor, y dejamos de molestar con nuestras menudencias.
Comments