En la que será la última crónica de este año antes de las vacaciones navideñas quería compartir con vosotros, queridos desdentados y deplorables, algunas reflexiones sobre la Navidad para realzar el significado de esta celebración que, por su mensaje, es más necesaria que nunca.
Empezaré constatando un hecho que para muchos pasa desapercibido aún a día de hoy, adormecidos en los efluvios venenosos de un mundo que quiere alejarlos lo más posible de la Verdad y de su Belleza. Este hecho -capital- es la entrada en una nueva era histórica que he dado en llamar Edad Covidiana y que empezó en 2020. Si no partimos de este supuesto se nos escapa la realidad en la que nos encontramos desde entonces y no entendemos lo que subyace en nuestra época, que no es otra cosa que una cruenta guerra espiritual que las fuerzas del Mal han declarado contra el Hombre como cúspide de la Creación de Dios.
En este marco la trascendencia de la Navidad adquiere toda su esplendente magnificencia y, precisamente por ello, es denostada y perseguida con una saña increíble. Nuestros Señores desean erradicarla de la faz de la tierra a toda costa porque, sin Navidad, el Hombre está solo y derrotado de antemano.
Porque debemos recordar -todas las veces que sea necesario- que la Navidad rememora el Nacimiento de Nuestro Señor (éste sí) Jesucristo y, mediante este hecho, se abre la puerta a la esperanza y la redención del pecado que arrastramos desde la Caída. ¿Entendemos ahora por qué ese odio ancestral ante semejante acontecimiento, que es EL acontecimiento en la historia de la humanidad?
Y como sucede cuando nos rodea una oscuridad diríase impenetrable la luz refulge como un milagro que nos señala el camino para dejar atrás esa negrura. Desde 2020 vivimos sumidos en un marasmo maligno donde la Navidad, por agudo contraste, brilla como una gema en el centro mismo de la noche. He aquí la reflexión central que quería dejar en esta crónica: nunca antes había sido tan perentorio rememorar y celebrar esta fecha, nunca fue tan urgente su mensaje. Que Dios nace como hombre en Belén para traernos la buena nueva de la salvación si seguimos su senda, la luz que atraviesa cual relámpago y espada la maldad que conduce a nuestra perdición eterna que es exactamente lo que ansían con toda su fuerza los poderes ocultos que gobiernan los hilos de este mundo desnortado como nunca antes y que todo lo vivido desde 2020 nos ha dejado expuesto para aquellos que conserven juicio y visión.
A medida que transcurren los años y nos adentramos más y más en la Edad Covidiana que ya mencioné percibo con mayor claridad qué es lo que nos dice la Navidad, cuál es su profunda e inmortal belleza y por qué debemos ensalzarla todo lo posible. El 25 de diciembre es el eje en torno al cual gira todo lo demás. Sin él tengamos por cierto que descarrilaremos y caeremos en el abismo.
No hay aquí poesía, ni metáforas. Es la cruda verdad de la Verdad, a la que la adormidera de nuestra estación cansada y descreída ha restado todo valor y lógica. Muchos, al leer estas líneas, arquearán la ceja en un gesto de recelo, cuanto menos, sino de puro desprecio. Porque creer en la luz cuando corazón y mente sólo han conocido la tiniebla supone romper con las cadenas que nos atan a este mundo material que es incapaz de atisbar, siquiera, la posibilidad del espíritu.
Por eso mismo, queridos lectores, debemos reivindicar a Jesucristo, el pesebre, la alegría pura de los pastores, el manto de la Estrella derramándose sobre todos ellos, el asombro gozoso de los Reyes Magos al otear ese cielo irrepetible que cambiaría el curso del Hombre para siempre. Debemos revivir ese instante, precioso como ningún otro y cantar alabanzas a Dios por enviarnos el regalo más sublime que cabría imaginar: Dios encarnado en ese recién nacido que contiene en su cuerpecito el Magno Misterio de la Vida.
Cuando nos invadan el pesar y el miedo en este tiempo tenebroso que nos ha tocado vivir recordemos el milagro de la Navidad pues su luz es aliento que se extiende a través de los siglos manteniendo viva la llama de la Esperanza.
Sin más me despido deseándoos una muy Feliz Navidad a todos.
¡Gaudete, gaudete Christus est natus ex Maria Virgine, gaudete!
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