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El “Ermitagate”












Esta semana se produjo en Twitter la polémica que he dado en calificar de Ermitagate por la que un conocido sacerdote criticaba un video donde se veía a una pareja homosexual saliendo de una ermita privada tras celebrar su unión, en lo que parecía, a todos los efectos, un matrimonio celebrado à la católica.


Pocas veces habrá recibido dicho sacerdote -a quien he dejado saber mi opinión al respecto de Bergoglio y lo que viene sucediendo en la Iglesia desde febrero de 2013- tal aluvión de insultos, desprecios, consejos y recomendaciones de un “paternalismo” cargado de ira pasivo-agresiva. Esto incluye a muy-mucho-creyentes de toda la PPesfera así como a otros sacerdotes que, cual fariseos de Sanedrín, se han rasgado plañideramente las vestiduras. Aquí, sí. En tantos otros tremas, sepulcral silencio blanqueador.


Lo cual me ha llevado a escribir la crónica deplorable de la semana, queridos lectores, porque considero que dicha polémica nos dice mucho sobre el estado de confusión que vive la Iglesia Católica de nuestro tiempo y no tan sólo la Iglesia sino el conjunto de la sociedad, más allá de la linde puramente religiosa y doctrinal.


Como en una excavación arqueológica procederemos por estratos hasta llegar al nivel más profundo de la cuestión dado que el tema tiene varias e interesantes lecturas. En la superficie nos encontramos con un artefacto cuanto menos sospechoso: hablamos de la Ideología Multisilábica que nos viene muy bien empaquetada en papel arcoírico en lo que ha sido una de las campañas de márketing más “exitosas” de la historia. Dicha ideología -elevada a los altares como lo que es, una idolatría- se ha convertido en la punta de lanza del proyecto de demolición del Catolicismo y de la Iglesia y por ello Nuestros Señores la han blindado frente a cualquier crítica haciendo verdad el viejo adagio que suena “dime a quién no puedes criticar y sabrás quién manda”. La furibunda reacción al comentario del padre en cuestión atestigua que con esa iglesia hemos topado.


Si seguimos cavando nos encontramos frente al segundo estrato, que es el meramente doctrinal. Existe una cosa llamada Catecismo donde quedan meridianamente claro los principios y dogmas sustanciales de la Fe. Aquí habría muy poco que debatir pero ¿qué son minucias cómo el Catecismo frente a los deseos y aspiraciones de cada uno de nosotros? Las palabras de Jesús, las cartas de San Pablo: débiles ecos de un tiempo pasado y fenecido. “Estamos en pleno siglo XXI”, ¿quiénes son esas sombras que vienen a molestarnos, a nosotros ni más ni menos, con sus caducos mandamientos y peroratas ridículas?


En un tercer nivel topamos con la clase. Ah, queridos desdentados, nosotros sabemos mejor que nadie que los ricos y poderosos si se caracterizan por algo es por su férrea conciencia de clase (esa que nosotros hemos perdido, con su inestimable colaboración) y en el Ermitagate la clase social juega un papel decisivo pues los “contrayentes” pertenecen claramente a una clase social alta y ahí han salido en tromba los peperowokes de misa esporádica para alzar un enorme cortafuegos con su cierre de filas y “esprit de corps”. Si el evento en cuestión hubiese carecido de ese glamour de chaqué y pamela, otro gallo habría cantado, estoy seguro.


En nuestro descenso (¿a los infiernos?) encontramos ahora a esa criatura de nombre extraño llamado “Zeitgeist”, espíritu de los tiempos, pues el escándalo que nos ocupa revela que “nuestro” tiempo viene marcado por un deseo irrefrenable de hacer lo que se nos antoje en cada momento, sin cortapisas ni molestias de ningún tipo. No soportamos lecciones de nada ni de nadie. Somos adanes que amanecen cada día: todo nos es concedido en primicia, todo se nos debe y un sacerdote esgrimiendo incómodas verdades no nos va aguar la fiesta. Sólo lloraremos si nos apetece, parafraseando la conocida canción. It’s our party! 


Llegamos, al fin, al estrato más profundo. Al nivel 0 de la excavación. Y aquí el descubrimiento no podría ser más sombrío. Lo que revela, terrible epifanía, el Ermitagate es la degradación de la Iglesia Católica bajo el mandado de Bergoglio (dejo para otra crónica lo que representa ese señor), una degradación buscada, consentida, alentada para destruir desde dentro la Fe. Un plan de demolición que se crece en el confusionismo doctrinal, la ofuscación de mentes y corazones, la perdición del Recto Camino.


El aplauso es fácil de conseguir, las medallas de virtud cívica relumbran bien en las solapas pero es en el puro silencio del sacrificio donde germinan los frutos que han de prevalecer. Cuando se hayan apagado las luces sobre el escenario nos enfrentaremos a la Única Luz que importa y ahí no servirán las medias tintas ni las medias verdades, señoras y señores. Ahí no.


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