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Estamos en Guerra…Lingüística











La idea para escribir la crónica de esta semana deriva de la columna que publicó Hughes este miércoles 21 en La Gaceta titulada “El giro censor”, artículo de importancia fundamental para entender lo que está sucediendo a lo largo y ancho del Orden Liberal en estos últimos años.


En opinión de quien esto escribe el párrafo nuclear de dicho artículo es éste: "Por eso lo que la tecnología rastrea, oculta, somete a censura y control ya no son terroristas del ISIS sino narrativas: palabras, conjuntos semánticos, giros expresivos, tramas discursivas… ¿no era eso la raíz de la deliberación pública?". En estas pocas líneas se apunta al tema central, fundamental, que subyace en la profunda crisis civilizatoria que padece el llamado “mundo democrático”, hoy más publicitado -por poderosas razones conceptuales- como el “Orden Liberal”.


¿Y por qué es ése el tema central? Porque señala que, en el origen del desastre político y por ende moral al que asistimos, se encuentra la palabra, el Logos, la razón que se vertebra a través del lenguaje y cómo Nuestros Señores llevan décadas fomentando su ruptura, su quiebra, su “cancelación”. El poder las palabras es increíble: el Poder (con mayúsculas) se articula, de hecho, a través de las palabras. Parafraseando el viejo adagio “quien controla las palabras, controla el poder”. Esto no ha sido más cierto en toda la Historia que en el momento actual donde la “opinión pública” se ha convertido en una herramienta decisiva a la hora de articular planes, medidas y todo tipo de políticas. Y la “opinión pública” se construye con discursos, titulares, artículos, anuncios, publicidad, entretenimiento. Palabras, palabras y palabras aderezadas con potentes imágenes.


Estamos, por tanto, sumidos en una Guerra Lingüística, como apunta el título de la crónica. Una Guerra que tiene un “padre espiritual” clarísimo y una fecha fundacional igualmente prístina. Nos referimos, por supuesto, a Jacques Derrida y la publicación de su primer libro “De la gramatología” en 1967. Este “pensador” (de nuevo, las imprescindibles comillas en esta Edad que no deja de ser una triste parodia de casi todo) es el fundador de la “deconstrucción” y ese título, la obra que introduce dicha escuela en el mundo académico, que tanto furor causaría en los Estados Unidos conocida como la “French Theory”. De aquellos polvos, estos lodos.


Derrida es el heraldo de la Nueva Normalidad que, cual ángel exterminador, anuncia la “buena nueva” de un tiempo post-lógico porque, al fin y al cabo, TODO es ficción, todo es fábula, todo es un vano espejismo que se ha disfrazado a lo largo de la historia de palabras que no son más que construcciones espurias de las que debemos recelar y, en última instancia, debemos desechar como algo inútil. Esto fue y es, en resumidas cuentas, la famosa “deconstrucción”: un eructo cansado, hijo de la burguesía parisina que gustaba del dinero pero también -menos- de la pose revolucionaria y que venía a lanzar su proclama de “¡abajo el lenguaje, abajo la escritura!” como si de un vulgar adoquín se tratase.


El libro, publicado no por nada en 1967, era, literalmente, el heraldo del Mayo del 68, del que vivimos ahora sus más funestas consecuencias. Somos, para nuestra desgracia, los herederos de ese Horror Total con el que los baby boomers se entretuvieron por un rato y que luego nos han dejado como herencia envenenada. Vivimos desde hace más de medio siglo en esta larvada guerra que sólo en esta última década (2008 es su punto de inflexión) se ha mostrado en todo su (pútrido) esplendor. Hay un hilo, fino pero resistente como el acero, que une la “deconstrucción” con el “cancel everything” y el Tótem Woke al que Nuestros Señores adoran con sincera devoción y que Sus Testaferros publicitan con (muy bien pagada) pasión.


De ahí el “giro censor” que menciona Hughes en su artículo: la persecución de nuestra época se centra en los significados porque Ellos saben que es ahí donde se dirime el destino de la Polis, de la comunidad humana civilizada y que es capaz de articular (de hablar y de escribir) un discurso estructurado, con sentido, basado en la lógica y en la memoria compartida y cuyo objetivo es defender la continuidad y la estabilidad (política, social, económica y moral) de dicha Polis.


Una vez retorcidas, “deconstruidas” y a la postre, silenciadas, las palabras ya no nos sirven porque, ¿de qué nos sirven si hemos perdido la voz y el entendimiento?

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