La noche del lunes 6 de noviembre en la calle Ferraz resonó un eco del 2 de mayo de 1808. La gran incógnita es saber si, a diferencia de 2017, este levantamiento espontáneo de la Nación será de nuevo ahogado en su cuna por los Poderes del Estado.
Porque en España, ahora mismo, tenemos una guerra declarada por el Estado a la Nación. El primero, creatura de esa Constitución de 1978 que por fin muchos empiezan a ver por lo que es, ha entendido que para perpetuarse debe parasitar a la segunda, toda vez que las prebendas y privilegios estatales se han agotado y ya sólo queda saquear impunemente al Pueblo, esto es a la Nación.
Ayer la Policía -devenida en guardia pretoriana del Tirano en esa inexorable declinación constitucional que necrosa todos los órganos del Estado- lanzó gases lacrimógenos en la calle Ferraz de Madrid. Gases en Madrid. Porras en Madrid. Los nuevos mamelucos del invasor -afrancesados ayer, golpistas y arribistas hoy- atacando a los ciudadanos que se manifestaban legítimamente, legítimamente, contra el mayor atropello que hemos vivido los españoles desde que el Régimen de 1978 quedó proclamado. Los nuevos mamelucos aporreando con una saña perruna digna del Tirano Pedro Sánchez: diríase que con cada golpe se afirmaba la lealtad funcionarial, último refugio y excusa de los cobardes.
“Todo por la nómina y la plaza fija”: he ahí, queridos desdentados y deplorables, el triste epitafio que grabará la lápida de esta época desdichada de nuestra historia. Porque en este Estado de Partido, disfuncional a todos los niveles (¿no se les cae la baba a nuestros cortesanos con eso de la “España multinivel”?) el Pueblo ya no puede ganarse los garbanzos con dignidad y de ahí la sumisión a las prebendas, a los favores, a la “obediencia debida” (que es el sudario entre leguleyo y vil que recubre los ojos y los cerebros de los “obedientes”) que garantice, a fin de mes y a plazo fijo, la ansiada nómina, el certificado de súbdito útil (aquí ya sólo cuenta la utilidad, por una vez lo sostenible se soslaya furiosamente) que permita subsistir un poco más, un poco más porque afuera hace mucho frío, un frío gélido, aclientelar, y líbrenos Dios (o mejor dicho, el Tirano) de las colas del hambre.
Por eso hubo ayer gases en Ferraz, estimados y aporreados lectores: porque el Estado ordena y los lacayos obedecen. La gravedad existencial de lo ocurrido ayer estriba en el hecho, inaudito todavía y tan epifánico por ello mismo, que por vez primera pudimos ver en directo, sin filtros ni subterfugios, cómo ese Estado se revolvía, cual serpiente, contra la Nación, que es su origen y matriz. Hubo algo horriblemente griego en todo esto: un espasmo de tragedia ática, telúrica y que nos dejaba ver con total claridad los mecanismos y resortes de un Poder que hasta el momento había actuado entre las sombras. Desde ayer ya no cabe ninguna duda de la naturaleza tiránica del Régimen en que (mal)vivimos. Sólo tuvo que llegar a La Moncloa un individuo amoral para poder sacar todo el jugo a la “Carta Magna” que, cual fruta madura, estaba sólo esperando la mano que supiera exprimir el cuerpo con la fuerza necesaria para mostrar de qué era capaz la Constitución.
Ahora lo sabemos. Se acabó el tiempo de las excusas y del mirar para otro lado. Nos hemos topado, porra en mano, con la cruda verdad. El aire emponzoñado por el venenoso gas ha sido de hecho la atmósfera en la que hemos respirado los últimos cuarenta y cinco años: el veneno siempre estuvo allí, latente, a la espera de su momento como un depredador que aguarda a su víctima. Ayer, simplemente, salió a la superficie dejando ver sus fauces sin el menor pudor porque en el fondo tiene mucho miedo. Mucho miedo. Dijimos al inicio que, saqueado el Estado, ya sólo queda la Nación, pero esas arcas vacías son una sentencia de muerte porque cuando se acabe el dinero -liquidados honor, decencia y Patria- esto será una carnicería de poderes y contrapoderes, todos ellos aullando por ver quién se come los últimos despojos antes del Götterdämmerung definitivo.
Ferraz se ha convertido, pues, en la última línea de defensa de la Nación frente a sus liquidadores. Debemos perseverar a toda costa para que cuando el vapor de los gases desaparezca y el rugido de las porras calle sigan en pie los españoles valientes que rubriquen el fin de esta Tiranía.
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