El mundo es, en realidad, un sitio pequeño, piensan Nuestros Señores cuando lo contemplan desde las insondables alturas de sus despachos de planta noble y de sus no menos inaccesibles Torres de Marfil.
Y, debido a su pequeñez, prosiguen Ellos, no cabemos todos. De hecho, somos ya tantos que la situación se ha vuelto, para Ellos, agriamente insostenible. ¡Cómo les gusta declinar el concepto “sostenible” en todos sus (abyectos) casos! Así pues, las élites del mundo iniciaron, hace por lo menos cinco décadas -recordemos que el manifiesto del Club de Roma cumple en 2022 cincuenta años exactos- lo que podríamos denominar una auténtica Revolución Antropológica para que les resultara más fácil y mucho menos costoso a sus consciencias menguantes el llevar adelante sus planes. Esto es, reducir a la mayor parte de la población humana del planeta a la categoría que he dado en llamar de “desdentados y deplorables” y, una vez despojados de su altísima y única condición humana, poder destruirlos a voluntad.
No descubrían, con esta táctica, nada nuevo. La deshumanización del enemigo forma parte de nuestro bagaje cultural. Lo que sí, no obstante, era diferente esta vez era la escala de dicha operación: hablamos ahora de una escala planetaria, global, total. Un plan que abarcaba, en su monstruosa definición, al conjunto de la Humanidad. Pues, como hemos señalado al principio de la crónica, querido lector desdentado, Nuestros Señores habían llegado a la conclusión de que los recursos del mundo eran escasos y demasiadas las bocas. Bocas desdentadas la mayoría, bocas sucias e indignas de llevarse un alimento que NO les pertenecía.
Sin embargo, no sólo hablamos de alimento. Hablamos también de energía. De ahí el título de esta segunda crónica. Desde hace ya varios meses el tema de la energía ha sido llevado -convenientemente- al centro de la escena por los sirvientes mediáticos de Nuestros Señores porque este plan, esta operación se sumerge en círculos descendentes cual el Infierno de Dante. Paso a paso, sin prisa pero sin pausa, nos hunden más y más. Primero fue la Peste, ahora es la Guerra, luego será el Hambre y, por último, abominación de abominaciones, será la Muerte. En este descenso, sin Virgilios clementes que nos alumbren la senda, huérfanos del sentido trágico y trascendente de la vida, vamos como corderos llevados al matadero pero, antes de arribar a destino, pasaremos hambre y frío, mucho frío y mucha hambre para que así el morir nos parezca una suave condena por comparación.
Pretenden, Ellos, nuestra rendición incondicional. Nuestra claudicación moral y existencial de forma que el trabajo más sucio se lo hagamos nosotros, criaturas misérrimas, desdentadas, deplorablemente prescindibles según sus horrendos esquemas mentales. Y he aquí que nos hallamos ahora en el peldaño en el cual una factura de luz o de gas deviene un abismo insalvable para la mayoría. Detrás de esas facturas que asoman ya aterradoramente la patita vendrán cestos de la compra vacíos, estantes vacíos, supermercados vacíos, lúgubres espacios peligrosos donde no será nada fácil poder desenvolverse con cierta tranquilidad.
Si alguien piensa que este cronista exagera en su descripción que se detenga un instante y recapacite sobre todo lo acontecido desde marzo de 2020. ¿Alguien pensó que viviríamos todo lo que hemos vivido y seguimos viviendo? Bajo espurios y putinescos argumentos nos quieren hacer creer que la energía necesaria para mantener un tenor de vida digno no será posible este próximo invierno y, por ello, deberemos hacer “sacrificios” y recortar nuestro consumo de luz y de gas.
Entiendan, amables lectores, que el sacrificio aquí son ustedes. Es usted y soy yo. Somos nosotros el sacrificio que quieren, Ellos, depositar a los pies de ese Moloch Verde con el cual ocultan el mismo Mal que desde el principio de la Creación nos acecha y nos persigue buscando nuestra destrucción. Pues nosotros, criaturas desdentadas y deplorables, somos el vivo reflejo de la Majestad Divina y, mientras nuestros pies hoyen esta tierra y nuestro aliento viaje por las ondas del aire, seremos el mejor testimonio de lo sagrado, de la belleza de lo creado y de la Vida misma. Por eso nos odian, y nos temen, y quieren vernos postrados en la oscuridad, ateridos de frío y de miedo, desesperados por el porvenir, por si podremos cobijarnos y comer, al menos, una vez al día.
Cuando reciban su próxima factura de luz o de gas sepan qué profundo abismo se oculta tras esos números horripilantes y cuántos motivos tenemos para presentar batalla. No lo olviden, o se olvidarán a ustedes mismos en el proceso.
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