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La furia ideológica












Esta crónica me es especialmente dolorosa de escribir, queridos desdentados y deplorables que me leéis, pues pone de manifiesto un enorme y profundo, muy profundo mal que aqueja a nuestra época postmoderna, que en el caso de nuestra civilización viene a ser lo mismo que decir postcristiana. Me refiero a la furia ideológica que es como he dado en llamar al seguimiento ciego y deshumanizador de esos pequeños idolillos de barro -las ideologías- que hemos elevado a la categoría de falsos dioses, toda vez que hemos dejado de creer en Dios.


Porque cuando Dios desaparece de nuestro horizonte vital ese vacío es inmediatamente ocupado por otra cosa y esa otra cosa, como ya demostró cruelmente el pasado siglo, son banderas y proclamas, manifiestos y sentencias lapidarias que, a diferencia de lo narrado en los Evangelios en el episodio de la adúltera, terminan en una despiadada lapidación porque aquí todos se sienten “libres de pecado” para tirar la primera piedra, y todas las que vengan después.


A raíz del conflicto de Israel y Gaza estamos asistiendo a una escalada -aquí también- sin precedentes del odio más primario que el hombre es capaz de llevar en sí. Desde un lado y del otro escuchamos declaraciones que causan pavor y que nos recuerdan qué cerca estamos del Abismo cuando perdemos de vista la elemental humanidad que nos conforma y nos forma. La furia ideológica nos exige, nos obliga a tomar partido porque, de no hacerlo, eres automáticamente un sostenedor del Otro, del Enemigo que no merece nada y sobre el que se lanzan terribles y blasfemas maldiciones que lo único que consiguen es ensuciarle a uno el alma, embrutecerlo al nivel de las alimañas que unos y otros dicen combatir.


Por otro lado debemos tener una realidad siempre presente y que la mayoría, por ignorancia o mala fe, no menciona: desde 2020 vivimos en un Estado de Guerra constante, guerra declarada por fuerzas muy poderosas en este mundo -que en mis crónicas denomino como Nuestros Señores- cuyo objetivo final es la sumisión y posterior aniquilación de una parte muy importante de la población humana. Así pues, los virus, la crisis económica y energética y las guerras, ya sean en la fría tundra o en el tórrido desierto son meros episodios de una tragedia a escala nunca vista y que se oculta deliberadamente para que así nosotros, el pueblo, las multitudes de desdentados y deplorables del mundo podamos sacarnos los ojos al grito de “comunista, fascista, la izquierda, la derecha” facilitando así el trabajo previo de descomposición del tejido social, de los íntimos vínculos que nos anudan a todos en la humanidad elemental que compartimos, más allá de cualquier diferencia.


Es devastador comprobar cómo, en medio del caos, la destrucción y la amenaza de una guerra total y planetaria la mayoría sigue atrapada en su ceguera, con sus míseros anteojos ideológicos que, cual lastres, arrastran a la razón y a la compasión por la borda.


“¡Que mueran todos, que mueran todos!” berrean como ciervos en celo desatado los de un lado y los del otro de la trinchera. Y acto seguido se envuelven en su precinto partidista -la izquierda, la derecha- y ya sólo contemplan (es un decir) el mundo a través de ese velo, ya sea éste rojo, azul, verde o morado. ¡A mí los míos y muerte al resto! parecen salivar mientras descendemos, todos, en una espiral de salvajismo, idiocia y amoralidad que -oh olvidado siglo XX- ya deberíamos saber a dónde nos conduce. Deberíamos, pero por lo visto y oído da exactamente igual: los “otros” deben morir y cualquier otra consideración es una minucia, un estorbo. “¡Aparte, equidistante, suélteme el brazo que tengo que acribillar a los malos de la historia!”.


Después del covid, después de ucrania pensé -iluso- que habíamos tocado fondo en cuanto a deshumanización y polarización de la sociedad pero como se constata esta última semana estaba en un grave error. Aquí abajo, en el mundo real desdentado y deplorable, nos matamos los unos a los otros sin cuartel ni misericordia alguna mientras que arriba, en los despachos de planta noble, se ríen de nosotros por lo fácil que es lanzarnos los unos contra los otros como si de animalillos domesticados se tratara.


Buscan una Guerra Total y, por lo que todo apunta, la tendrán. Ya lo creo que la tendrán. Recemos por recuperar nuestra humanidad perdida, queridos lectores.

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