Antes de empezar esta crónica debo a mis posibles y muy deplorables lectores una explicación. Los últimos dos meses no he publicado ninguna crónica por causas de fuerza mayor que me han tenido apartado del mundanal ruido pero ahora que recupero cierta normalidad -que no la Nueva Normalidad, no nos confundamos- vuelvo de nuevo a la carga en la descripción de este mundo imposible que nos están montando Nuestros Señores.
La idea para escribir esta crónica, como muchos de ustedes habrán podido deducir por el título, es fruto de cierto incidente acaecido hace un par de semanas en cierto periódico de tirada nacional en España que supuso que cierto columnista ya no escriba en dicho medio. Tal incidente, en mi opinión, trasciende lo anecdótico y se convierte en categoría y metáfora de la España actual y es por ello que he acuñado el término “garrochización” para definir un estado de las cosas que pone de manifiesto el hundimiento moral, ético, social y personal de nuestro país en una tendencia que es, de hecho, global, y afecta al conjunto de las sociedades llamadas -siniestra y popperianamente- “abiertas”.
¿En qué consiste pues la garrochización? Es la puesta al día, en formato aséptico y neutro, de la vieja censura y servilismo hacia el Poder establecido que se sirve de funcionarios de lo permitido y permisible para llevar adelante sus planes. Estos funcionarios lucen palmito en fotos y entrevistas, no parecen unos tipos brutos y airean pomposos discursos cargados de palabras bellas y biensonantes. Pero resulta que estos testaferros de la Censura son de hecho unos personajes muy peligrosos, mucho más que sus antecesores de garrote vil y mirada torva porque actúan en nombre de la “libertad de expresión” y del combate contra la “desinformación” y los “extremismos” y, de esta forma, se parapetan en una (falsa) respetabilidad que engaña a los bobos e incautos, la mayoría de la población, anegada en esos vapores venenosos que emanan del discurso oficial en esta nueva Guerra del Opio que nos han regalado Nuestros Señores, a la muy inglesa manera todo sea dicho, y con segundas, por supuesto.
Así pues, tras una fachada broncínea, marmórea y apolínea excreta la garrochización de España purulentos eructos y flatulencias que hacen el aire sencillamente irrespirable en un crescendo hacia la Nada más absoluta donde página tras página, columna tras columna se repiten las consignas, los ripios y los tropos más manidos igual que en los poemas malos de los malos poetas. La garrochización de España es, también, mala poesía, una patada a los testículos de la lírica viril y virtuosa que descolló en nuestros mejores momentos como nación y que ahora no encuentra lugar en este secarral de voces melifluas y ninguna palabra más alta que otra.
La garrochización se compadece mal con los espíritus libres, con las guerras justas, con los jinetes que atraviesan la noche oscura blandiendo espadas de luz ante los demonios que nos lanza el infierno desde los mismos inicios de la Creación. Es la garrochización cobarde, pusilánime, rastrera, servil hasta la náusea y la dorada sinecura, aduladora, quejumbrosa como beata tras los visillos, es fría y viscosa como ciertos inviernos que regresan inesperadamente cuando ya se abría la tierra con su asombro de flor. Es un golpe bajo, una puñalada trapera, un traspiés traicionero, una mosca cojonera que se regodea en el estiércol y luego pretende comer de nuestro plato. Todo lo ensucia, todo lo estropea, todo lo manosea. Es esa mancha de orín en una pared recién encalada, es un ramalazo de dolor en las encías, el rasguño de la tiza en la pizarra que relampaguea en el oído, el corte insidioso de papel, es la sal en la herida, la bacteria que anida en el agua esperando su momento de echar raíces en nuestro intestino.
La garrochización es lo consustancial a esta España constitucional y muy mucho democrática, es el aliento que desprenden las oligarquías después de repartirse el botín y soltar despectivos sus prebendas, que esperan ansiosos los lacayos que campan tan felices en esta tierra garrochada donde sucumben el verso libre, la poética y la épica y ya sólo quedan los rastrojos, los eriales y las “opiniones” compradas a precio de saldo, que parece un festín a los pobres espíritus pobres que olisquean las migajas como si fueran manjar de altos vuelos.
Y son sólo gallinas que chapotean entre la mierda.
La garrochización de España, queridos desdentados y deplorables, es esto.
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