Consumada fue la hora de la infamia y la traición. Consumada en el jueves 16 de noviembre del Año del Señor de 2023, fecha que quedará recogida en los Anales del Deshonor y la Vergüenza que, encarnados en Pedro Sánchez (mucho más títere de lo que él jamás admitirá), parieron, del cuerpo exangüe y acabado del Régimen del 78, esa creatura, engendro abominable, que hemos dado en llamar “Tiranía del 23”.
De un mundo acabado y derruido nada bueno puede nacer y así esta creatura se nos presenta ya exhausta y con un marcado aire fúnebre y funeral. No sabemos cuánto vivirá pero sus años serán aciagos y llenos de calamidades pues lo que nació torcido no puede ser enderezado.
Muchos españoles que estaban dormidos –“inoculados” por usar la Lingua Novi Ordinis Seclorum- han despertado como bien resaltó aquel héroe anónimo asfixiado por los policiales gases desde una ambulancia y esos despiertos no volverán a cerrar ojos, corazón y mente ante la horrenda realidad que ha cristalizado “de iure” (es un sarcástico decir) con la investidura de ayer y que abre un período de poder tiránico, esto es con voluntad de ser absoluto y sin el menor margen para críticos o disidentes (que serán estigmatizados con ese ya conocido comodín covidiano de los “negacionistas”). El tirano, en los muchos ejemplos que nos ofrece la Historia, no tolera, no puede tolerar la mínima desviación de “su” verdad y, amparado por el control de los medios del poder, dejará sentir su ira implacable sobre todo aquel que ose alzar la voz. Lo que hemos visto en Ferraz estas dos últimas semanas es sólo un preámbulo de lo que está por venir: una oleada de represión sin precedentes en nuestra historia contemporánea, muy entrenada ya en los años de Plandemia. Aquellos famosos “caballero, caballero, la mascarilla” resonarán, entre porras y gases lacrimógenos, en los meses y años por venir con una potencia desconocida para los buenos españoles, que hasta hace nada han vivido en la inopia más absoluta.
Y aquí algo debemos decir sobre la sociedad española en su conjunto porque si hemos llegado a este punto se debe también, y por mucho que nos pese reconocerlo, a la incomparecencia de una parte significativa de la población que ha mirado para otro lado -sus terracitas, sus playitas y paellitas, sus escapadas de fin de semana a cuenta de tarjeta de crédito y préstamos personales- mientras todo se derrumbaba a su alrededor y las castas dirigentes volvían cada vez más pesaroso el nudo de la soga alrededor del cuello del españolito de a pie.
Desde hoy, aunque prefieran seguir desviando la mirada les resultará mucho más difícil hacerlo porque lo que el Tirano ha vendido ya no son parcelas del Estado sino pedazos enteros de la Nación, cosa infinitamente más grave porque eso implica que todo el andamiaje sobre el que hemos prosperado como Pueblo va a empezar a venirse abajo y ya no habrá ningún colchón de seguridad que amortigüe semejante golpe.
Dicho esto cierto es que la mayor culpa de este Desastre de 2023 recae sobre los hombros de nuestras clases dirigentes las cuales llevan “franceseando” desde 1808 con una falta de pudor para la que no encontramos los calificativos necesarios. La traición del 16 de noviembre es una gota más que se añade al flujo de la Gran Traición que llevamos padeciendo desde hace más de doscientos años: diríase que sólo la Divina Providencia ha permitido que sobrevivamos a tanta impudicia, codicia y podredumbre. Cuánto nos aprieta Dios, podemos decir, y quizá sea merecido castigo por tanta indolencia y servidumbre ante unos Señores que sólo merecen desprecio y revolución. Servir con deshonor no podía salirnos gratis. No a nosotros, los desdentados y deplorables españoles.
Cuando empecé a escribir esta crónica pensé en titularla “Réquiem español” pero tras un momento de reflexión me dije que no. Un no rotundo. Porque sé que no ha llegado la hora en que deba escribirse nuestro epitafio. No ha llegado la hora de darnos por rendidos -ya les gustaría a nuestros enemigos- y, como hicimos el 2 de Mayo, nos sacudiremos nuestra desazón y afrontaremos los peligros necesarios.
Nos hemos levantado ya: termina este largo letargo. La Patria nos llama, españoles. Y a su llamada, perentoria, respondemos: “¡aquí estamos!”.
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