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La UE, la URSS del siglo XXI















La Historia, esa vieja malcarada y más astuta que una zorra, nos reserva giros y sorpresas inesperados. En 1991 caía la Unión Soviética pero sólo dos años más tarde, en 1993, hace justo treinta años, nacía la Unión Europea mediante el Tratado de Maastricht.


El vacío de poder duró exactamente dos años, queridos desdentados. Dos añitos; y ahí donde un día se irguió un Imperio apareció otro, humeantes aún los escombros, recogiendo el testigo que aquél dejara.


Debemos decirlo alto y claro, y repetirlo sin descanso: la UE es la URSS del siglo XXI. Es la URSS de nuestro tiempo y allá donde la primera fracasó esta segunda réplica parece estar triunfando. Recalco lo de “parece” porque si algo pudimos aprender de la experiencia soviética es que los gigantes suelen tener los pies de barro y este remedo, este híbrido de deshechos ideológicos que es la Bruselidad (término acuñado por la en su día tuitera Yanire Guillén a quien debemos reconocerle la autoría de semejante acierto conceptual) bien pudiera haber entrado en su fase de disolución, aunque a día de hoy nos parezca todo lo contrario. Señalo esto porque con la reforma de los tratados que votó esta semana el Parlamento europeo queda ya meridianamente claro que este “invento” ha dado un enorme salto cualitativo a la hora de destruir la soberanía de los Estados-nación que lo componen, hecho que podría verse como un triunfo de la casta burocrática que “gobierna” -es un decir, por supuesto- desde los despachos bruselenses. Sin embargo señalamos al inicio de esta crónica que la Historia es una vieja zorra a la que le deleitan los cambios bruscos de guión y la evolución de la UE, en especial desde la crisis de 2008, apunta que, bajo la fanfarria y el oropel, poderosas fuerzas subterráneas actúan para dejar en evidencia a este pobre Rey, que nació ya desnudo.


Tras la guerra de Ucrania tuvimos que sufrir a “nuestros” estimados comisarios Europeos (qué apropiados ecos sovietizantes en lo de “comisario”, por cierto) proclamar la defensa de los “valores europeos” -me preguntaba entonces qué cosa serían dichos valores… ¿un listado geográfico, un mapa geológico…?- y al final resultó que eran la consumación del Totalitarismo ursulino y New Age que la Edad Covidiana dejó de manifiesto y que la votación de esta semana convierte en “ley” (al europeo de a pie ya sólo le quedan las comillas, último reducto de su extinguida libertad). Así pues, vemos cómo los “valores europeos” son la constatación de la desnudez intrínseca del Rey que comentamos unas líneas arriba. La UE es un monumento (anti)político al nihilismo más espantoso que el hombre haya visto pues consagra todo lo que conduce a la extinción de la humanidad en lo que he dado en llamar la “Tríada Oscura” del aborto-eutanasia-género, todo ello con un trasfondo “ecologista” que tiene en la “Ley de Restauración de la Naturaleza” (episodio al que dediqué otra crónica) su máximo exponente jurídico-existencial.


En resumidas cuentas, la UE deja a los seres humanos a los pies de loa caballos de un proyecto ideológico que construye una falsa religión neo-pagana donde la humanidad es contemplada con un asco y un desdén imposibles ya de disimular y, con el objetivo de cumplir un propósito de una dimensión nunca antes vista han debido de crear, acorde a ello, el mayor organismo totalitario de la historia pues de otro modo no podrían seguir adelante con dicho programa. Y es entonces, cuando los regímenes alcanzan su paroxismo, que suele intervenir la Historia, como apunté antes, con sus giros de guión. Hay mucha gente que empieza a entender el monstruo que se está labrando en los pasillos de Bruselas. Hay mucho hartazgo y cada vez menos dinero en los bolsillos. Y, aunque nos engatusan con lo de “no tener nada y ser feliz”, cuando a la mayoría le tocan la cartera se rompe algo definitivamente. Cierto: no es la razón más elevada, ni la más elegante, pero por ahí se ponen en marcha muchas cosas y basta entonces una chispa para encender la mecha del descontento generalizado.


Nos falta lo que podríamos llamar un “Momento Chernobyl” -metafóricamente hablando, ya me entienden ustedes- para que este castillo de naipes se derrumbe y tengamos así una posibilidad, por pequeña que sea, de recuperar la soberanía que estas últimas décadas unos traidores desalmados han vendido al mejor postor.

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