El ritmo es ya vertiginoso. Cada semana nos desayunamos con un nuevo proyecto de ley -ley, por llamarlo de alguna manera- que el Parlamento Europeo, ese ente gaseoso (aquí sí aplica lo de “emisiones de gas nocivo”), ha debatido para “nuestro” bien (mientras escribo estas líneas me percato de que es imposible no usar el entrecomillado al referirse a esa broma de mal gusto que es la UE y todo lo que le rodea: me disculparán, queridos deplorables) la “Ley de Restauración de la Naturaleza”.
Por partes, porque esto es grave, señoras y señores. Los medios nos informan de que ha sido rechazada en votación. Muy bien. Sin embargo, ya sabemos cómo trabajan Nuestros Señores (y cómo obedecen sus testaferros, esos a los que incautamente llamamos todavía “políticos”) y esto ha sido sólo un globo sonda, un primer paso en el frente de guerra. Volverán a la carga, no tenga la menor duda.
Lo más espeluznante del caso, no obstante, es analizar el título de la “ley”: Ley de Restauración de la Naturaleza. No se hará suficiente hincapié con el concepto usado aquí de “restauración”. Cuando lo leí por primera vez un escalofrío recorrió mi espina dorsal y constato esto sin exagerar. ¿Por qué?, podría preguntarse alguno de ustedes. Pues por las espantosas implicaciones que conlleva el uso de dicho concepto en el marco de esa propuesta de ley y de los tiempos que vivimos.
Restaurar algo es devolverlo a su estado original, primigenio, a un momento (ideal e idílico) en el que ese algo no se había visto turbado ni ensuciado ni mancillado por el cruel paso del tiempo. Restaurar “la Naturaleza” adquiere, pues, un significado especialmente horrendo y ominoso pues ¿cómo era esa “naturaleza” antes de que necesitara ser “restaurada”? Se lo respondo muy rápidamente: una “naturaleza” sin presencia humana, una naturaleza virginal de homb
res y su influencia antropológica sobre el espacio. Una “naturaleza” así purificada de la vil presencia del hombre-virus, del hombre-enfermedad que ha venido a destruir, con su mero ser, lo que había sido vergel y jardín (¿adquiere ahora su justo significado la mención borrelliana al “jardín europeo”?).
Espero que entiendan lo grave que es que una tal propuesta se haya llegado siquiera a concebir, ya no digo a discutirla o votarla. Sencillamente que haya habido cabezas “pensantes” que se hayan sentado un día alrededor de una mesa y hayan acordado que era necesario establecer un nuevo marco legal de “Restauración de la Naturaleza”. Debemos ir al fondo mismo de la cuestión, al subsuelo filosófico y existencial que permite que una idea así sea expuesta y no en cualquier foro, sino en el Parlamento de la Unión Europea. Eso nos da la medida de lo mal que está la situación para los pueblos de Europa, sojuzgados por una tiranía “verde” cuya premisa es un odio atroz a la presencia humana generalizada sobre la Tierra, a la que consideran un verdadero cortijo privado sólo apto para una minúscula fracción de dicha Humanidad. Nos enfrentamos a un monstruo nihilista que pretende acabar con la mayoría de la población. Pensemos en las últimas “leyes” de la UE sobre los coches, la alimentación, los animales, la salud o los sistemas de calefacción y refrigeración. Todas ellas encaminadas a reducirnos a un estado de miseria material que anticipa la mucho peor de sumisión espiritual. Nos quieren reducir a una categoría de mera subsistencia porque una vez embrutecidos, despojados de esa joya de la Creación que es la naturaleza humana (¡aquí sí naturaleza!), les será mucho más fácil acabar con nosotros.
En esta historia macabra la UE juega un papel fundamental, fun-da-men-tal, que debe ser señalado en toda ocasión y momento. La UE es la punta de lanza a escala global de toda esta pesadilla malthusiano-darwinista que vivimos. Es el laboratorio (anti)político donde Nuestros Señores juegan con sus experimentos de “ganancia de función” pero en vez de usar virus y bacterias su material de “investigación” somos nosotros, los desdentados y deplorables de este mundo cada vez más imposible, y no pararán a menos que alguien los detenga. Ellos se han instalado en una hibris desatada y sueñan con una Europa limpia, fresca, una eterna primavera de aguas transparentes y prados impecables donde animales salvajes campan, al fin, a sus anchas.
La UE es una distopía anti-desdentada concebida y pensada para que salgamos de “su” escena y dejemos de mancillar su queridísimo y anhelado jardín edénico. ¿Dejaremos que gane la serpiente que se agazapa en las sombras?
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