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Las cosas del campo













Ésta, la cuadragésimo cuarta crónica de un mundo imposible, será la más desdentada y deplorable de cuantas he escrito hasta la fecha porque hablamos de las cosas del comer. De las cosas del campo, estimados lectores. Y con las cosas del campo no se juega.


Es un buen momento para recordar que, unas cuantas crónicas más atrás, ya escribí largo y tendido sobre la “Ley de Restauración de la Naturaleza” que acabó aprobando ese prostíbulo también conocido como “Parlamento Europeo”. Y de esos polvos, estos lodos. Aquel engendro que nos hicieron tragar -ley de embudo- como “Ley” sienta las bases ideológico-religiosas de todo lo que sucede -y va a suceder, siempre en mayor medida- en los campos de Europa.


Necesitamos contexto para ver la situación en su justa medida y, de esta forma, entenderla en su significado más profundo. Y el contexto que envuelve -con mortífero abrazo, añadimos- al mundo agrario europeo es la Guerra Espiritual que Nuestros Señores han declarado públicamente desde 2020 a las masas de deplorables y desdentados que “superpoblamos” su planeta. Si no partimos de esta premisa fundamental se nos escapa la verdad subyacente a la enorme crisis civilizatoria que vivimos en la (post)Cristiandad, también conocida (mal) como “Occidente”. Me consta que a una parte muy significativa de la población le causa un rechazo epidérmico, instintivo, hablar de “guerra espiritual” para sentar las bases de lo que está pasando pero es precisamente esa incredulidad generalizada la evidencia más potente a su favor pues el Mal ha querido hacer creer que lo trascendente no existe, que todo eran meras invenciones y desvaríos de viejas de pueblo. ¿Cómo luchar frente a algo que no existe?


Pues este Mal existe, vaya que si existe. Estamos inmersos en la guerra más larga de la Historia contra esa fuerza destructora cuyo fin último es la esclavitud y aniquilación del Hombre. Antiguamente la conocimos como “Gnosis” y hoy adopta varios nombres, tales como “Agenda 2030”, “Pacto Verde” o… “Ley de Restauración de la Naturaleza”. Lo que no cambia es su odio profundo por el ser humano y la Creación en general, a los que considera una plaga digna de exterminio. Donde había Creación y Humanidad se alza una “Naturaleza” que es en realidad una cárcel de la que sólo los pocos “iluminados” podrán escapar para vivir, placenteramente, en un “jardín” exclusivo y secreto donde no deberán compartir espacio (ni aire ni alimento) con esos masas abyectas de desdentados y deplorables que serán ya un mal recuerdo del pasado.


Para alcanzar dicho objetivo las cosas del campo representan el principal escollo por dos motivos. El primero, el trascendente (recordemos la Guerra Espiritual), porque el mundo de la tierra nos conecta con algo más grande que nosotros, con lo telúrico, con la antiquísima urdimbre trenzada de memorias y recuerdos que nos llevan muy atrás en el tiempo hacia nuestros antepasados y por ende al sentido de raíz, de cultura, de identidad individual y colectiva. Y el segundo, el material, porque literalmente comemos de la tierra. Sin los frutos que ésta nos ofrece nos moriremos de hambre. ¡Pues claro, dirán Nuestros Señores! Ahí está la gracia del asunto: ¡que os muráis ya, joder!


Escrito así puedo imaginar que más de uno y de dos arqueará las cejas. “Delirios de vieja de pueblo”, llegará a pensar el escéptico, el ser racional “de nuestro tiempo”. Hay verdades que son difíciles de tragar y es por ahí que Ellos ganan fuerza y Nosotros la perdemos. Es tal la enormidad y envergadura de ese Mal que muchos no querrán reconocerlo. Desde 2020 nuestra incredulidad es su mayor ventaja, con ello juegan y con ello ganan un preciado tiempo para imponer sus “agendas” y sus “leyes”.


El campo se alza como un viejo guerrero de antaño con sus tractores, sus azadas y su pétrea sabiduría ancestral que sabe otear mejor que nadie el horizonte y captar las señales de peligro. Tenemos al Enemigo ya aquí, dentro de todas las instituciones que se suponía debían velar por el interés del Pueblo: nos quiere derrotados, sumidos en el hambre y la desesperación mientras sus testaferros bruselenses “restauran” una “Naturaleza” que es en realidad un espectro surgido de las fauces del Infierno. Si el campo cae caeremos todos.


¡Ay de aquéllos que se burlan de la tierra y del pan pues padecerán sufrimientos indecibles!, ¡ay de aquéllos que escupen a su madre y a su padre pues no habrá dolor que se les ahorre a la hora de dictar sentencia!

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