En esta última crónica antes del descanso vacacional no puedo dejar de escribir sobre lo de Francia ya que lo que está sucediendo en ese país es, lamentablemente, la antesala de lo que sucederá, tarde o temprano, en toda Europa occidental. Remarco lo de “occidental” porque, hasta el momento, la Europa oriental -y uso este adjetivo a conciencia pues ha sufrido su propia Leyenda Negra desde 1989 y va siendo hora de reivindicarlo como algo positivo frente al descalabro de su contraparte “occidental”- se verá libre del desastre, tanto en cuanto se mantenga firme en su oposición a la “agenda migratoria oligárquica” de la Bruselidad. Varsovia o Budapest no quieren acabar como París o la propia Bruselas y hacen lo correcto, sin la menor duda.
En fin, lo de Francia. Lo de Francia. Lo de Francia no es algo que deba sorprendernos porque venía gestándose desde hace décadas. Baste pensar en esa Casandra esquiva y muy malhumorada de Houellebecq, quien lleva muchos años alertando y escribiendo al respecto (mis lectores deplorables pueden leer su novela “Sumisión”, si no lo han hecho ya) para darnos cuenta de que esta tragedia se larva en la Europa occidental desde 1945 (inciso: la gran lección histórica de la Era Covidiana es empezar a entender, con estupor y espanto, que los grandes acontecimientos del pasado pueden haber sufrido grotescas manipulaciones y, en este terreno, el paradigma de la Segunda Guerra Mundial y lo que vino después requiere una reflexión muy profunda, que dejo para una futura crónica) y está llegando a su paroxismo en el presente momento covídico, cuando la Agenda de Nuestros Señores ha adquirido su velocidad de crucero. Dentro de esta gran agenda ocupa un lugar de honor lo que un analista francés ha dado en llamar, muy certeramente, la “agenda migratoria oligárquica”, definición que describe cómo este proyecto sociológico es uno de los tótems de Nuestros Señores, esas oligarquías cuyo objetivo es descomponer el tejido social europeo para, desde ahí, proseguir con el tejido mundial. Desde siempre han entendido que el enemigo a batir era Europa, epicentro de la vieja Cristiandad, que es la némesis existencial de su 2030 y por ello han centrado todos sus esfuerzos ahí. Una vez haya caído ésta les será más fácil dominar al resto del planeta, pues no en vano el concepto de persona y de la dignidad sagrada de la vida de todos los hombres nace en Cristo y eso es algo que ni olvidan ni perdonan. En su rebelión antropológica y espiritual no hay nada más alejado de la misma que el hombre hijo de Dios y culmen de la Creación y en su destrucción están, lo cual se conecta con el espectáculo de calles y plazas ardiendo en Francia y otras partes del Viejo Continente.
Porque la invasión migratoria fundamentalmente musulmana que padece Europa occidental desde hace casi ochenta años no ha sido un hecho espontáneo sino una acción programada y dirigida desde despachos de planta noble, ocultada primero bajo falsos pretextos economicistas -esas “pensiones” y demás blablablá- y, ahora que está ya muy avanzada la enfermedad, bajo los estandartes de la “tolerancia” y la “diversidad” con el único fin de disolver la identidad europea, arraigada desde hace más de un milenio en el ser cristiano. Para esta batalla, ¿qué mejor ariete por tanto que usar al gran antagonista histórico y religioso del cristianismo? Desde esta óptica, pensaron Nuestros Señores, era un plan sin fisuras porque introducía un elemento distorsionador de enorme potencia en el entramado cultural europeo, ya muy debilitado desde el siglo XIX con su visión cada vez más material de la existencia.
El aspecto más alarmante de este ataque sin cuartel ha sido el de socavar la confianza y el orgullo de los europeos autóctonos para facilitar su disolución identitaria y es ahí donde Nuestros Señores han debido echar mano de todos sus recursos -que son muchos, por desgracia- para lograr sus objetivos. Dos han sido los medios fundamentales para conseguirlos: el mundo de la cultura y el de los medios. Por resumirlo, el mundo de la clase creativa, aquélla que genera las modas de opinión y establece los dogmas de los correcto y lo incorrecto. Sin su cooptación -que es de hecho una compra descarada- les habría resultado mucho más difícil erosionar la autoestima y el deseo de defensa y preservación de su cultura y su modo de vida europeos, de ahí que vivamos ya plenamente instalados en un post-Annecy sin final, amnesia inducida desde las altas instancias para olvidar y ser así presas más fáciles de su odiosa labor.
Hoy es lo de Francia pero en realidad es lo de siempre, la guerra que se nos declaró desde que la sierpe se vió derrotada en el monte Calvario.
Me despido, queridos desdentados y deplorables, hasta dentro de tres semanas. A pesar de lo sombrío del hoy sabemos que la victoria es nuestra y, con este pensamiento de luz y de fe, les deseo también unas felices vacaciones.
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