Arde París, las democracias “liberales” actúan a golpe -milicias pretorianas mediante- de decreto-ley y el mundo se nos vuelve, cada día que pasa, un poco más imposible.
La crónica de esta semana arranca con lo sucedido los días pasados en lo que un día fue Francia y hoy podemos bautizar, sin temor a equivocarnos, como la Macronie S.A. Macron ha demostrado ser un alumno aventajado de Nuestros Señores globalistas y, dentro de la camada de YGL (“Young Global Leaders”, por sus siglas en inglés, que alude al programa de formación y promoción -sobre todo esto último- del Foro Económico Mundial que se reúne en Davos una vez al año) uno de sus más feroces proponentes, junto con Trudeau, otro francófono por cierto (¿será por aquello de la inclinación robesperriana de cierta clase política francesa?).
Macron personifica la evolución -de hecho, pavorosa involución- de la clase política europea y occidental de estas últimas tres décadas mediante la cual la capacidad de representación de la voluntad popular ha sido descaradamente secuestrada -comprada- por el Gran Capital desfigurando, de este modo, lo que un día fue la democracia. Macron es, como todos sus correligionarios (Sánchez, Draghi, Scholz, Merkel, Johnson et alii), un mero testaferro de los Poderes que se ocultan tras las sombras para llevar a cabo su programa, no el de los intereses nacionales de sus respectivos países.
Podemos pues hablar de toda una categoría humana -y política- denominada los Macrones en claro contraste con los Desdentados, concepto acuñado también -y no será casualidad- por otro político francés, Monsieur le Président Hollande, como ya explicamos en la primera de nuestras crónicas.
El mundo liberalio-postmoderno se divide así, antropológicamente hablando, en macrones y desdentados como tipos humanos enfrentados de forma diametral, existencial de hecho, en una guerra por el derecho a ser que los primeros han declarado a los segundos. Hablamos de derecho a ser porque, por debajo de la lucha coyuntural respecto a los derechos materiales o condicionales se da la verdadera batalla por el mero derecho a la vida, toda vez que Nuestros Señores y sus macrones mamporreros querrían vernos, en verdad, muertos porque los muertos no consumen lo que no les corresponde y no ensucian con su mera presencia los jardines del mundo, reservados para el disfrute y contemplación de esos pocos elegidos.
Decíamos al principio que Francia se ha convertido en la Macronie S.A. y esto es así porque el espacio común con el que el Pueblo se identificaba ha sido parcelado, troceado y vendido en una privatización del Foro, de la Plaza, que con mucha razón podemos calificar de “feudal”. Es más, el rasgo distintivo de las tan cacareadas “democracias liberales” es su feudalidad, su ensimismamiento hacia el interior de la fortaleza amurallada tras la que se esconden -pues temen al Pueblo por encima de todo- los reyezuelos feudales que juegan con las migajas del poder que les sueltan desde arriba otros señores mucho más poderosos. El “liberalismo” del siglo XXI es un retorno a la brutalidad vestido con los harapos de lo que un día fueron togas en un claro acto de violación del legado político de la Cristiandad grecolatina. En este encubrimiento es donde cifran todas sus esperanzas los voceros del nuevo Régimen de forma que puedan engatusar a unas masas confundidas adrede pues, ¿quién osará luchar encarecidamente contra la democracia liberal?
Así pues, nosotros los Desdentados de este mundo, los que no hemos perdido el oremus, los que no nos hemos dejado embrujar por el canto melifluo de las sirenas y hemos reconocido la perfidia macronita desde el inicio tenemos el deber y la responsabilidad de denunciar que el Rey-Mamporrero está desnudo, que el Estado ha sido tomado al asalto por una banda de criminales y ladrones, que más allá de una reforma de las pensiones se oculta un enorme Mal que pretende destruir las bases materiales y espirituales que hacen posible el mundo, que hacen posible que los Desdentados sean partícipes de la Ciudad y de la Vida.
Me viene aquí a la memoria la mítica sentencia hamletiana de “Ser o no ser” pues su eco resuena firme mientras arden las calles de París, que son hoy las calles donde el mundo lucha por la posibilidad de ser que quieren hurtarnos Nuestros Señores y sus macrones mientras tañen la lira cantando odas al amor y a la concordia.
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