Este pasado domingo empezó el Adviento. Esperamos pues la llegada del Día de Navidad. Son cuatro semanas de preparación, de recoger el alma y ponerla a punto para celebrar el Gran Día del Nacimiento de Nuestro Señor (aquí sin la menor ironía) Jesús.
¿Sabían, queridos lectores, que la Navidad se ha convertido en la Fiesta Deplorable por excelencia? En este rincón de Europa desde el que escribo estas crónicas así es, sin duda. Y muchos de ustedes se preguntarán por qué. Se lo explico: la Navidad es la fiesta que simboliza, mejor que cualquier otra, lo desdentado y deplorable de este mundo según la visión -horrenda y nihilista- de Nuestros Señores pues dicho día sienta las bases del que, desde la falsa atalaya de su Orden Liberal, se puede calificar de Viejo Mundo. El mundo de nuestros mayores, un mundo más gentil y respetuoso para con la idea central de que la vida humana es sagrada y de que el morir es lo más natural de la existencia, confiados en la justicia de Dios y la posibilidad cierta del Reino de los Cielos.
¿Cómo no van a odiar el Día de la Natividad unas élites que se quieren dioses y que detestan la limitación ontológica del ser humano, que sueñan con ovejas electrónicas y adoran al Algoritmo por encima de todo?
Por eso son incapaces, ni siquiera por una cuestión de elemental cortesía, de felicitar la Navidad y recurren a todo tipo de subterfugios para no mencionar la susodicha palabra. La Navidad es esa celebración no apta para delicaditos de espíritu postmoderno que levantan meñiques y fruncen el ceño ante la menor contrariedad.
Porque la Navidad es la fiesta desdentada y deplorable por antonomasia, querido lector. La fiesta que celebra un nacimiento humilde en los márgenes de la pompa y el boato y que al tiempo exalta lo más grande que ha ocurrido en la Historia hasta la fecha de hoy: Dios hecho hombre. Lo Inmortal devenido en mortal, en carne y sangre y sufrimiento y dolor. Lo opuesto, lo radical opuesto, a aquello que tan denodadamente persiguen Nuestros Señores: trascender la carne y la sangre y convertirse en electrificados seres angélicos dueños del secreto de la vida eterna y la victoria frente a la Muerte. Y, deseando esto, no ven -ciegos de ceguera existencial- que ya están condenados y que les arrebatará la hora de su muerte la ocasión de arrepentirse y no caer en esa otra forma de perennidad que es el Infierno, donde boquearán como peces enredados en un terror de algoritmos que jamás pudieron concebir.
Por todo lo expuesto es de vital importancia que exaltemos la Fiesta de las Fiestas, que la coloquemos en el centro del calendario anual y la celebremos siendo conscientes de lo que realmente celebramos en ese Día de Días. ¡Es la deplorabilidad hecha persona! Entiéndaseme bien: exaltamos que lo Más Alto descendió a lo Más Bajo. Imaginen el profundo rictus de asco cuando Monsieur le Président Hollande describía como “desdentados” a esas masas de personas de escasos recursos que no podían pagarse un tratamiento adecuado y exhibían en sus feas bocas la miseria de su condición. Pues es a esos “desdentados” a los que se dirigió en primer lugar Nuestro Señor y Salvador cuando llegó a este mundo en un humilde pesebre a las afueras de Belén.
Nuestros Señores tendrán dentistas pero nosotros, los desdentados y deplorables, tenemos a nuestro alcance, si así lo vivimos, la Luz de la Redención. ¡Que se queden Ellos con sus bocas relucientes y sus sonrisas de anuncio! Nosotros podemos proclamar alto y claro, sin vergüenza ni melindres, eso de “¡Feliz Navidad, Feliz Navidad!” y sentirnos muy orgullosos por ello.
Así que la próxima vez que un delicadito les haga alguna observación ofensiva al respecto sepan que la hace porque ha perdido por completo el sentido de la vida y la magia del misterio divino y anda por estos mundos como alma en pena, un pobre remedo de Scrooge con Instagram y muchas ínfulas. Seremos nosotros los que le podremos responder, y con razón, que sus ridículos mohínes no son más que ¡paparruchas, paparruchas!
Termino esta crónica adventicia deseándoles que estas semanas previas a la Navidad les sean bienaventuradas y que recuerden, siempre, que está ya muy cerca el día más especial y entrañable del año.
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