A raíz de la muerte de Fernando Sánchez Dragó, a los 86 años y tras un infarto fulminante y repentino, han surgido voces que señalan cómo el escritor se había dejado inocular las cuatro dosis canónicas de la llamada “vacuna contra el Covid” (nunca unas comillas fueron mejor empleadas) y la aparente contradicción de este hecho, habida cuenta de la pública y notoria preocupación del escritor por llevar una vida saludable y lo más natural posible.
Así pues, queridos desdentados y deplorables, me pregunto cómo encaja en este cuadro -no diremos clínico, pero casi- la presencia de ese monumento a la química y a la tecnología más radical que es la “vacuna” en cuestión. Nuestra época, asediada por la propaganda y la mentira a todos los niveles oficiales, nos exige que nos planteemos la cuestión, dejando de lado la pertinencia o no del momento, pues es importante señalar lo que no funciona en este mundo imposible. Es nuestro deber moral, para con nosotros y sobre todo las generaciones futuras, meter el dedo en la llaga, por feo y doloroso que sea, y no cejar de formularnos preguntas y desplegar reflexiones críticas. El tiempo de los falsos remilgos ha quedado atrás, ya que es un arma ideológica que usan Nuestros Señores y sus vasallos para acallar cualquier disenso. Ellos, que jamás han mostrado el menor escrúpulo, no pueden dar ni una lección. Ni una lección.
Por tanto, volvamos a la pregunta: ¿por qué Sánchez Dragó se inoculó hasta cuatro dosis de ese producto en cuestión, cuando él mismo reconoció que la tercera dosis le habría producido graves efectos adversos? La respuesta superficial nos lleva a pensar que siguió, seguramente, el consejo de algún médico-este término degradado ya sólo podemos escribirlo en cursiva, para vergüenza de Hipócrates- que le vendería -vendería, literalmente- las bondades de este remedio cuasi milagroso. Ésta, como digo, sería la respuesta superficial pero no debemos ni podemos quedarnos aquí. Como en un yacimiento arqueológico hemos de proseguir excavando por estratos hasta llegar al origen de todo para hacernos una imagen de conjunto fidedigna.
En esta labor, por tanto, llegamos al fondo del asunto y nos encontramos con una verdad incómoda, como suelen serlo casi siempre y se resume de manera sencilla igualmente: miedo a la muerte.
Entre chakras y mantras bisbisea ese terror postmoderno al morir y al dejar de ser material, incluso entre aquéllos que hacen gala de fuerte espiritualidad y recogimiento. De otra forma es muy difícil entender lo que en un tuit en relación al asunto sobre el cual escribo esta crónica denominé Passio Vacunífera, una auténtica pasión por la “salud” y el “bienestar” que oculta, a muy duras penas, una angustia existencial ante la mera idea de la muerte, que es el rasgo definitivo de nuestro siglo descreído, cínico y amoral.
Si un buen vivir implica una preparación para la muerte con más razón cuando uno llega a provecta edad. Eso no entra en contradicción con llevar una vida sana, activa y llena de alegría de vivir, siempre y cuando entendamos que ha de llegarnos la hora de nuestra muerte y está bien que así sea. Buscar con ansia remedios y tratamientos para “estirar” una juventud imposible sí que nos lleva a un estado de negación de la realidad, por mucho que la simulemos con filípicas de corte trascendente. He aquí la razón por la que muchos individuos aparentemente críticos, despiertos y con sentido común han caído como idólatras ante la Pócima de las Pócimas que les prometía una hora más, un día más, un año más. Había que arañar cualquier tiempo ante la caída inevitable y el descenso hacia el no-ser material (toda vez que dicho terror transpira un descreimiento en la vida eterna) y así mantener a flote el pellejo en este proceloso mar que es el vivir en el aquí y el ahora.
¿Dónde queda la esperanza cuando la Fe ha perecido? En unos brebajes y ungüentos que, rebozados de tecnologías, nos ofrecen la seguridad -falsa- de vencer en el juego de la vida y la muerte, aunque sea un breve instante de ofuscación y espejismo.
Acabamos de salir de la Semana Santa y su Magno Misterio que nos ofrece la respuesta definitiva a la pregunta definitiva pero muchos no quieren ni querrán verla y ya preparan brazo y gaznate para la próxima dosis de bienestar y de salud.
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