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Post-Annecy: omertà, omertà, omertà



¿A quién coño le importa la verdad, la información, el conocimiento de las cosas del mundo?


Nuestros Señores han destruido, concienzudamente, los antaño medios de comunicación y los ha convertido en una diarrea mental a base de mentira, propaganda…y silencio. Mucho silencio, queridos y desinformados (si sólo consumen medios generalistas) desdentados y deplorables. Porque cuando la mentira y la propaganda no sirven para adulterar la realidad se cubre con un espeso grumo de silencio y aquí no ha pasado nada, circulen por favor.


La crónica de esta semana nace de la ira y la consternación que me produce el tratamiento “informativo” del atentado de Annecy en Francia donde, al parecer, un terrorista acuchilló a bebés, niños muy pequeños y a adultos en un parque infantil de dicha localidad. Tras un primer momento de titulares se ha producido ese espantoso fenómeno que aparece en el título de hoy: Omertà, la “ley” del silencio que es el marco legal y mental de las sociedades donde la mafia se ha hecho con el poder. Y es aquí donde nos encontramos, mis deplorables: en una Edad Legalmente Mafiosa desde 2020 que ha encumbrado el principio de Omertà como uno de los principales “valores europeos” -esa proclama con sabor a vómito y gusanos que emana de las bocas de la Bruselidad- que definen el “jardín” (Borrell dixit) siendo en verdad una ciénaga pestilente.


Ha sido tal manto de silencio que ha recaído sobre este episodio que ha provocado la aparición de numerosas conjeturas –“conspiranoias” en la jerga covidiana del hoy- que son utilizadas por el propio Sistema para desacreditar aún más todo lo que rodea a este asunto en un juego absolutamente malvado cuyo único fin es que se olvide de una vez por todas lo que ocurrió allí. Porque Nuestros Señores temen a la Verdad más que a nada, más que a nada, queridos lectores y harán todo cuanto esté en su mano para destruirla, ensuciarla y tirarla como basura en el foso más profundo. Lo apunté en un tuit: el olvido es la antesala de la muerte y con Annecy se ha construido un monumento al olvido como eje cardinal de la (anti)política EUropea pues lo que está en juego es que muchos ¿ciudadanos? pudieran abrir los ojos ante el desastre migratorio que padecemos desde hace décadas y que en los últimos tiempos va a peor en un crescendo de violencia, inseguridad y cobardía que hace de las calles y plazas de Europa la primera línea del frente en esta guerra -todavía- de “baja intensidad”. Los cuchillos y machetes se han adueñado del apacible “jardín” borrelliano y ay de aquél que ose apuntar a la causa de dicha deriva, que le cae un “Annecy-con-Omertà” encima más pesado que el meteorito que acabó con los dinosaurios.


En esta NeoNormalidad machetera y multikulti la información veraz, el análisis sosegado y la necesidad de indagar se han convertido en enemigos públicos que hay que condenar directamente al ostracismo. Por ello estamos inundados en una corriente de mierda para-informativa que anula cualquier intento de ofrecer una lectura amplia de los hechos para excretar un mantra de sentido único que no admite la menor variación sobre (el mismo) tema. Así pues, se ha creado ya la salmodia-de-los-enfermos-mentales como respuesta automática ante eventos como el de Annecy que derivan, siempre, en una omertà elevada a categoría existencial del no-ser. En resumidas cuentas, se cargan la noticia y con ella su potencial revelador.


Revelador, sí, porque Nuestros Señores nos quieren sojuzgados en una oscuridad perpetua. La mera posibilidad de una epifanía colectiva les aterroriza pues saben que por ahí empezaría a derrumbarse su castillo-agenda de naipes. Por ello el control férreo, férreo, de los antaño medios de comunicación de masas ha sido un elemento clave en su estrategia, cosa que ha llegado a su paroxismo en la Era Covid que se inició en 2020 y que abarca todos los ámbitos de la vida social donde las cuestiones migratorias suponen uno de los puntales de su experimento sociológico.


Vivimos, mis estimados desdentados, en un post-Annecy permanente, esto es en un estado de silencio mafioso que corroe nuestro nervio moral hasta hacernos insensibles a nuestro entorno y ya nada, ni siquiera unos bebés apuñalados en sus carritos -¡cómo duele escribir esto!- nos mueven ni nos conmueven. Cae el telón, se apagan las luces y a seguir en este simulacro de vida que es una antesala de la muerte.

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