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Protocolos, cortijos y secretos de Estado


















En esta España prostituida donde manoseamos sin el menor respeto -¿qué es ese artefacto?- nuestra historia y tradiciones el 2 de Mayo se ha convertido en otro moñeco más para deleite de nuestros políticos-con-ínfulas-de-reyezuelos (inter nos, queridos deplorables: hasta el Rey padece de esta terrible patología…pero eso lo dejaremos para otra crónica) y, así, nos obligan a asistir al bochornoso circo de las sillas y las puertas como el que hemos visto esta semana.


Resulta sangrante pensar que el pretexto estamental para llevar a cabo tal acto es rememorar a nuestros ancestros cuya dignidad cívica y cuyo coraje, resultado del hartazgo ante la traición general de nuestras élites, fueron los detonantes de aquel 2 de mayo heroico y trágico. Trágico porque más de dos siglos después es de una estrepitosa actualidad, lo cual manifiesta que desde el 2 de Mayo de 1808 todo, en nuestra historia como nación, ha sido un continuo 2 de Mayo que, a día de hoy, es más flagrante que nunca, entregadas como están nuestras clases dirigentes a una frenética venta de sus servicios a cualquier fulano extranjero con la chequera a la vista.


Este 2 de Mayo en proyección permanente se ve con más claridad en días señalados, como el del “acto solemne” (en el país de los “bobos solemnes” todo se tiñe de una solemnidad de baratillo, a la bajura del nivel generalizado de idiocia y desmemoria), cuando nuestros políticos-con-ínfulas se dedican a hacer sus juegos y sus cabriolas de espaldas a la realidad y a la Nación, siempre de rodillas frente al Napoleón de turno. Sin embargo, en medio de todo este despropósito asoma alguna perla de verdad. En este caso fue la crítica que desde la red clientelar llamada PSOE se hizo a Ayuso -prominente condottiera de la red clientelar llamada PP- de usar la Comunidad de Madrid como su cortijo. Cuánta desfachatez, se decían los capataces socialistas rasgándose las vestiduras. Y ahí, en esa crítica, encontramos, queridos deplorables, la pildorita de verdad de la jornada.


Naturalmente que la señora Ayuso hace de la Comunidad su cortijo como quien hace de su capa un sayo. Está ahí para eso, eso lo promueve, alienta y ampara nuestra Constitución -ahora que le hemos visto el rostro sin maquillaje, sin toda esa quincallería bajunamente solemne, podemos llamarla por lo que es: Prestitución- y eso sucede en todas las “comunidades” (llamar a nuestras regiones así tiene un no sé qué de patio de luces ahíto de fritanga y escenas de matrimonio) de manera descarada, descarnada, con ese orgullo muy pequeñoburgués de un siglo menor y sin aliento. Al airear el aspaviento cortijil Sus Señorías dejan al descubierto las vergüenzas del Régimen, lo que Tácito llamó los “arcana imperii” y que serían los Secretos de Estado a lo que hacemos alusión en el título de esta crónica. De hecho, podríamos declinarlo en singular: EL secreto de estado dado que es ahí donde radica, a nuestro juicio, la clave de bóveda de este edificio maltrecho que es la España “prestitucional”, a saber, la parcelación y el troceo de la Nación en un conjunto de estadillos y de taifas para un mejor saqueo de la riqueza en una puesta en práctica de ese axioma tan de nuestra época como es el de la “especialización”. En la España del 78, pues, nos hemos vuelto unos hachas en eso de la “especialización”, en nuestro caso político-territorial, y de todo lo que era nuestro enorme acervo común hemos dejado unas tristes raspas terruñosas (de terruño, ese desiderátum máximo de lo autonomista) como las que hemos podido contemplar, atónitos, en el pasado 2 de Mayo pero que aplica igualmente a unas Fallas, a Santiago o a El Pilar. Aquí no se salva nadie, señoras y señores.


De toda esta tragicomedia podemos extraer la preciosa lección que ya nos enseñaron nuestros antepasados de 1808: estamos solos ante el peligro, los que debían dirigir la defensa de la Nación ni están ni se les espera por lo que o nos arremangamos y nos ponemos a la faena o aquí no quedará ni el menor rastro de que alguna vez existimos, que es el mayor legado que podemos dejarles a los que vendrán tras nuestro si queremos que quede en ellos algo de dignidad y de libertad.


O quizá nos importa todo tres carajos y ya nos va bien el Napoleón de turno mientras las migajas disimulen un poco el asco y el hambre. Todo está en nuestras manos, hijos de Móstoles.

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