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“¡Quieto todo el mundo (menos ellos)!”



Al grito de “¡Quieto todo el mundo!” empezó un golpe de Estado en 1981 en España y, bajo ese mismo auspicio, afirmamos que se está llevando a cabo otro, éste a escala mucho mayor en las democracias liberal-parasitarias de la post-Cristiandad, cuyo objetivo es que la inmensa mayoría -esto es, los desdentados y deplorables de la sociedad- no puedan moverse.


Un “quieto todo el mundo” de manual, en definitiva. Con la salvedad, apuntada en el título, que ese “quietos” no les afecta a Ellos, como ya se habrán podido imaginar. Nuestros Señores gozan de unas vidas demasiado importantes y son tan imprescindibles que su movilidad no puede verse afectada por ese grito entre chusco y ominoso con que se inician algunos golpes de Estado.


Somos sólo nosotros, la caspa desdentada y maloliente, la que se verá cercada por todo tipo de restricciones: la “ciudad de los 15 minutos”, el “coche eléctrico”, las “tarifas ecológicas de esto y lo otro y lo de más allá” y cualquier otra refinada perversidad que se les pueda ocurrir para tenernos prisioneros y que nuestra huella de carbono se quede congelada en el suelo, como las huellas que aparecieron en África dejadas por nuestros más remotos antepasados.


El gran Diego Fusaro ha acuñado el términ “glebalización” para definir con precisión quirúrgica lo que está sucediendo. La Historia se demuestra, una vez más, herramienta imprescindible para conocer los vericuetos de la política, entendida ésta en su sentido más amplio. Así pues, como se instituyó la categoría de “siervo de la gleba” en la Era Feudal se está reconstruyendo, en esta era neo-feudal que vivimos -el correlato no es nada casual- dicha categoría para delimitar, nunca mejor dicho, a ese tipo antropológico, que es, vestido en “fino” lo que nosotros venimos llamado el “desdentado y deplorable”. Los antiguos siervos de la gleba estaban, jurídicamente, atados a un territorio del cual no podía moverse sin la connivencia de su señor feudal; los nuevos siervos de la gleba, esas masas ingentes de consumidores de lo que no deberían -¿cómo conservar el planeta Tierra cual idílico jardín para disfrute de los pocos elegidos?- se verán igualmente constreñidos a una demarcación claramente definida, esos quince minutos de claustrofóbicas dimensiones, esa ausencia de coche que han dado en llamar “coche eléctrico”, un mal chiste tecnológico a día de hoy y, en fin, el “crédito social” que es como se camufla a la vieja cadena de siempre.


Porque no nos podremos mover, mis queridos desdentados. Moverse, como comer un buen solomillo o disfrutar de una buena copa, será cosa del pasado para las gentes como nosotros. En este mundo imposible que se nos va quedando la movilidad adquiere todo su significado de libertad y de dignidad del ser humano. Seres humanos que nos venimos moviendo desde hace decenas de miles años. Desde que bajamos de los árboles y nos pusimos en pie.


Nos pusimos en pie. Ellos nos quieren de rodillas. Quieren acabar con el espíritu del hombre, que ha atravesado montañas y océanos y que hoy surca los aires y se aventura en el espacio exterior. Al menos los antiguos siervos de la gleba vivían al aire libre, cultivaban la tierra, cuidaban de los animales. Nosotros malviviremos en zulos macilentos, sorberemos leche de cucaracha y nos lanzarán drogas y videojuegos como se lanzan migajas a las palomas en los parques. Nuestra “movilidad” será la de nuestros dedos deslizándose por una pantalla mugrienta de tan sobada mientras no distinguiremos la noche y el día, siempre atontados bajo una espantosa luz artificial.


¿Creen que exagero? Piensen en todo lo vivido desde 2020, inmersos como estamos en el tercer año de esta Edad Covidiana que no tiene visos de terminar. Todo avanza muy deprisa en esta Deconstrucción Antropológica que estamos viviendo, en la que aquello que nos hace lo que somos, empezando por la más elemental biología es derruido con furor y fanatismo ante el espanto de aquéllos que no hemos perdido el juicio, que es otra de las muchas cosas que Nuestros Señores pretenden destruir.


Sin razón, sin biología, sin movilidad. He aquí el siniestro panorama que aguarda a los desdentados y deplorables de este mundo mientras al grito de “¡quieto todo el mundo!” nos montan un gigantesco golpe de estado global donde el tiempo parece detenerse igual que el ritmo de nuestras vidas mientras nos cierran la puerta de casa en las narices.

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