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Romper el hilo



Somos un hilo. Somos un hilo que se pierde en la noche de los tiempos y prosigue su viaje hacia lo desconocido. Los vivos sostenemos con una mano el hilo que viene hacia nosotros y con la otra lo lanzamos, confiados, hacia el futuro.


Sin ese hilo perdemos todo rastro y nos convertimos en presas fáciles de los minotauros y sus laberintos en este mundo plagado por la incertidumbre y el desconsuelo. El hilo nos da fuerza, nos otorga seguridad, luz y certeza para encontrar la senda en medio de la espesura de la vida y nos ayuda a abrir la puerta llegado el momento de la muerte. Ese hilo, de tan finísimo no visible con los ojos de la carne, es en sí nuestra historia, todos nuestros nombres, los de los muertos y los vivos y de aquéllos que no conoceremos.


Somos nosotros, queridos deplorables. Somos todos nosotros. Todos tenemos derecho a portar ese hilo, a desovillarlo en múltiples hilos que seguirán la aventura y gracia del vivir y regresarán luego a la senda principal, como afluentes de un río y desde éste hacia el anchuroso mar y el bravo océano, como escribiera, inmortal, Jorge Manrique. Nadie -repito: nadie- tiene derecho ni autoridad para deshacer el hilo, para apropiárselo, para quebrarlo o darle una única coloratura. El hilo es más grande que cada uno de nosotros. Deplorables, desdentados, señores y cortesanos. Todos viajamos sobre él, todos tenemos un lugar asignado. Nadie sobra en este destino compartido de pasado, presente y futuro.


Sin embargo, ay, siempre han existido aquéllos para los que la tentación de imponer su voluntad sobre este hilo de la vida ha sido demasiado fuerte. La novedad, hoy en día, es que cuentan con la ayuda de la tecnología -ese ídolo desatado- y, sobre todo, con la rendición de la Ley Natural que ha sido vilipendiada al punto que muchas buenas gentes -muchos deplorables y desdentados entre ellos- creen firmemente que es una antigualla, una rémora para proseguir hacia adelante. Irrumpe así ese monstruo bifronte de la Eutanasia y el Aborto, que acaba con las vidas de los niños, los enfermos, los pobres y los viejos y allana el camino para la desolación del Hombre y su misterio último, que es la sacralidad de la vida.

Vida que discurre, lo hemos apuntado ya, por ese hilo que nos lleva y que, tensado de esta manera odiosa, corre el riesgo cierto de secarse y de romperse. Sobre todo para los estamentos más débiles de la sociedad: y ahí entras tú en escena, querido deplorable. Nuestros Señores no quieren que añadas tu voz al hilo, no quieren que añadas más nombres a la historia, quieren que desaparezcas para siempre, como un espectro, y no dejes el menor recuerdo tras de tí. Por eso ansían destruir tu respeto por el pasado, tu alegría de vivir en el presente y el anhelo feliz y fértil de un futuro. No quieren que te cases, no quieren que formes una familia, no quieren que cuides de tus ancianos, no quieren que traigas hijos a este mundo.


Quieren el hilo para sí y los pocos suyos. Siempre es la misma vieja historia de avaricia y ambición, flaquezas de la naturaleza humana, mas en nuestro tiempo arrecia, con renovado ardor luciferino, ese viejísimo odio espiritual hacia el Hombre como Objeto de la Creación Divina. Nos adentramos aquí, por tanto, en terreno peligroso pues vamos mucho más allá de cuestiones técnicas, políticas o culturales. La hybris tecnológica en la que hoy vivimos ha hecho creer a estos servidores del Mal que tienen al alcance de su mano la consumación de sus planes. Como acabamos de señalar, esta locura técnica sumada al derribo del Viejo Orden Natural ha dejado más desnudos que nunca a los que ya eran vistos como despreciables desdentados. Han caído, o están en trance de caer, las últimas defensas que protegían la ciudadela donde incontables generaciones antes que nosotros han guardado, como oro en paño, ese hilo, la más preciada joya que nunca tendremos como miembros de la especie humana ya que sólo en ella encuentra el vivir sentido y significado.


Fuera del hilo, destrucción y muerte. Olvido y perdición de la aventura humana.


Pues si Nuestros Señores creen que pueden existir en un hilo deshilachado y marchito han sido profundamente engañados y ésa sería otra vieja historia que se repite.

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