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Tambores de guerra











Desde hace unas pocas semanas “Ucrania” (la entrecomillo porque en realidad nunca se trató de Ucrania, el país, sino de otra cosa, mucho más siniestra, usada por las naciones “occidentales” -aquí las comillas son de nuevo de uso obligado- para activar estrategias con el fin de seguir reteniendo el poder) se desvanece en los titulares y análisis de las terminales OTAN y UE para dar paso, con creciente fuerza, a Rusia lo que, a mi modo de ver, abre un nuevo y muy inquietante capítulo de esta Edad Covidiana iniciada en 2020.


“Occidente”, esto es, la Angloesfera y sus colonias (la UE y los enclaves asiáticos de Japón, Corea del Sur y algún que otro islote) se enfrentan al final de su hegemonía bicentenaria -podemos establecer la fecha con precisión en 1815 en el Congreso de Viena al terminar las guerras napoleónicas- y, ante tan magno evento, han desplegado la vieja estrategia de cercar y controlar Eurasia, siguiendo la teoría de poder fundacional anglosajona de Mackinder y el “Heartland”. En este viejo juego de poder Rusia ocupa un papel central por su posición de país-puente entre Asia y Europa. Rusia es, literalmente, un enorme brazo de tierra que desde el Báltico se extiende hasta las puertas de Alaska.


¿Y qué lleva haciendo el declinante Hegemón británico-estadounidense desde 1991 tras la caída de la URSS? ¿Atraer hacia su esfera a este poderosísimo país con una posición decisiva sobre la masa terrestre asiática? ¿Hacerle partícipe de una Gran Alianza euro-ruso-americana?


No. Todo lo contrario. En su lucha a medio plazo contra el ascendente Hegemón chino las “cabezas pensantes” en Londres y Washington han decidido que lo mejor es desestabilizar a Rusia buscando desesperadamente su balcanización, en la absurda creencia que esta vez les volverá a salir bien la jugada como sucedió hace doscientos años con el Imperio Español, hecho que marcó el ascenso de Gran Bretaña a la cúspide del poder mundial (y aquí hago un inciso: la destrucción del Imperio Español está íntimamente ligada a las Guerras del Opio con China que marcan el inicio del Siglo de la Gran Humillación, como lo denominan los chinos. Vemos cómo se repite un patrón con lo que está sucediendo ahora en la balanza de poder respecto a China. Los españoles lo hemos olvidado -¿acaso recordamos algo de nosotros mismos, nación corroída hasta los cimientos?- pero los chinos desde luego que no.). Retomando el hilo de esta crónica, las élites anglosajonas creen firmemente que destruyendo a Rusia saldrán ganando en su guerra larvada contra China, que es el objetivo real en el juego de tronos del siglo XXI. Nadie en su sano juicio puede pensar que este plan tenga el menor sentido y lo sucedido desde 2022 es la mejor confirmación al respecto. Rusia ha salido fortalecida y su vínculo con China y el mundo asiático -y el musulmán, no lo olvidemos- es ahora mucho más sólido.


El “Heartland” de Mackinder se convierte, de día en día, en una fortaleza inexpugnable al tiempo que la península europea, atenazada por ese monstruum llamado UE se deshilvana bajo la presión cada vez más asfixiante de su “querido” aliado estadounidense. Mientras nuestros tecnócratas nos llenan la cabeza con la amenaza (fantasma) del “abrazo del oso” ruso el “águila yanki” nos picotea sin misericordia el riñón. Esta deriva, por mucho que sea negada y tapiada por los medios de desinformación masiva, preocupa en los despachos de planta noble de White Hall y White House y, en lo que ya parece una pavorosa huida hacia adelante, han decidido escalar la apuesta “ucraniana” jugando la temible carta rusa. Las declaraciones de los principales testaferros EUropeos de estas últimas semanas van encaminadas en esa dirección.


¿Acaso no hemos tenido que leer, estimados deplorables, que un “ataque nuclear selectivo” sería algo deseable dadas las circunstancias? Éste habrá sido sin duda el oxímoron más letal de la historia pero, chascarrillo aparte, nos encontramos ya en este escenario: no es una mera elucubración. Nuestros Señores nos preparan para una guerra abierta a gran escala contra Rusia porque han debido pensar que si el mundo no puede ser suyo no será de nadie. Tras estas “políticas” subyace una abyecta visión teológica que desprecia profundamente al ser humano, vieja herencia ginebrina  cuyo hedor llega hasta el día de hoy.


Suenan tambores de guerra, señoras y señores. La sombra de 1914 y 1939 proyecta inquietantes tentáculos sobre todos nosotros. Recemos para que esta vez se impongan la cordura y el buen juicio.

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