top of page

Ventana (de Overton) al abismo














Este pasado miércoles nos desayunábamos con la noticia de que Francia -mejor dicho, la postFrancia macronita- se ha convertido en el primer país del mundo en prohibir los vuelos nacionales que se puedan -las cursivas adquieren aquí todo su carácter hipotético- hacer en tren en menos de dos horas y media.


Considero que es la noticia desdentada y deplorable más grave de lo que llevamos de año siendo consciente de que hemos asistido a auténticas aberraciones en los últimos meses. Lo afirmo porque esta noticia supone un enorme salto cualitativo en la “política” de descarbonización -qué espantajos produce el lenguaje en las épocas totalitarias- que Nuestros Señores llevan programando desde hace décadas y que, como indico en el título, abre una Ventana (de Overton) al abismo.


Para entender la gravedad de este hecho debemos partir de la premisa básica de la época que nos ha tocado vivir y que como todo lo verdaderamente importante en la vida es de naturaleza metafísica. Dicha premisa dice así: “el Ecologismo es el mal existencial de nuestro tiempo”. Esta máxima me la habrán leído quienes me siguen en Twitter porque la expongo de manera recurrente cual recordatorio para no olvidar lo que es decisivo y que conforma -muy a nuestro pesar- el espíritu de esta Edad, una Edad que podemos calificar, sin temor a equivocarnos, de Oscura, oscurísima de hecho. Si entendemos este punto de partida todo lo que está sucediendo en nuestro mundo “imposible” adquiere, de repente, una espantosa claridad. El Ecologismo es, así, el disfraz bajo el que se oculta la Maldad cuyo único objetivo ha sido, desde el primero de los días, buscar nuestra perdición. El Hombre debe ser destruido para que la Creación perezca, todo ello en nombre de madretierras, pachamamas y demás aberraciones abiertamente nihilistas y, por ello, enemigas de la raza humana y su obra, que es a fin de cuentas el viaje sobre este tapiz de tiempo y espacio que llamamos vida.


En esta guerra que nos ha sido declarada hoy abiertamente -en el pasado de forma mucho más sibilina- los desdentados y deplorables nos hallamos en primera línea del frente y es a nosotros a quien se dirigen los dardos más venenosos (en forma de vacunas, ucranias y crisisclimáticas varias) porque el mero hecho de que respiremos -y con ello carbonicemos la que debería ser una atmósfera pura y virginal, libre de toda mancha indecorosa- molesta sobremanera a Nuestros Señores para lo cual nos preparan, muy solícitamente, una “economía de guerra”, como en muchas ocasiones a lo largo de estos tres años covídicos han dejado de manifiesto, que a la postre signifique la imposibilidad de llevar una vida digna y, al final de este proceso siniestro, una vida a secas.


Es en este contexto donde debemos situar la ley que a bombo y platillo han anunciado los testaferros macronitas que controlan lo que un día fue Francia y hoy es otro protectorado más de este fantástico nuevo mundo de la “gobernanza” -otro espantanjo lingüístico que horrorizaría a un Kemplerer- ya que inaugura una nueva fase en el sometimiento de las pobres masas de desdentados. La movilidad ha sido uno de los rasgos distintivos del hombre desde la noche de los tiempos. No he usado unas líneas más arriba la metáfora de “viaje” para definir lo que es la vida de forma casual: el viaje es el corazón de nuestra historia desde que nos reuníamos frente a un fuego hace ya muchos milenios y nos contábamos unos a otros relatos fascinantes. Movernos ha sido uno de los dones de la libertad humana.


Que nos cierren los cielos es el primer paso para que nos cierren todos los caminos: los que surcan el aire, el mar y la tierra. Es por ello que considero que esta noticia es trascendental pues abre de par en par la temible Ventana de Overton a un escenario hasta ahora desconocido donde, al igual que en las tierras ignotas, “hay dragones”, como decían los viejos mapas. Sí, querido lector, a la vuelta de la esquina de esta prohibición aérea hay espantosos monstruos al acecho que trabajan día y noche para sojuzgarnos, esclavizarnos y finalmente aniquilarnos entre sus fauces sedientas de nuevos tributos.


Cada avión que deje de volar, cada coche que deje de circular es un nudo más en la soga que aprieta contra nuestro cuello. Cada respiración menos es una dosis de carbono que ya no deja huella. Y la huella somos tú y yo. Tú y yo.

Comments


bottom of page